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La covid ha virado a la derecha

Ninguna enfermedad ha sido tan estudiada como la pandemia del coronavirus, desde su impacto sobre los tacones hasta su influjo en el auge de las doctrinas políticas extremas

Lecciones de la covid: la politización de las medidas preventivas pone en riesgo la salud

Lecciones de la covid: la politización de las medidas preventivas pone en riesgo la salud

Antes de la covid fue el sida, en un planeta que todavía no había descubierto los tuits de difusión millonaria. El VIH era único, pero al ejercer el periodismo en los ochenta se topaba con un virus de derechas y otro de izquierdas. Al consultar con médicos conservadores a menudo con tendencias opusdeístas, condenaban las prácticas homosexuales como causantes de la propagación, amenazaban de contagio a los clientes de la prostitución, un adulterio garantizaba prácticamente la infección. Al tomar el pulso a los facultativos de izquierda, en aquellos años colocados en los peldaños jerárquicos de la sanidad del PSOE, relativizaban la necesidad de las pruebas, enfatizaban que se necesitaba algo más que un contacto puramente sexual, resaltaban la importancia del intercambio de sangre contaminada. Compartimentos estancos, mundos paralelos, una lección para quienes insisten en hablar de la fe en la ciencia.

El covid fue mucho más unánime y, dado que sacudió a todos los ámbitos imaginables, se ha convertido en el fenómeno más estudiado de la historia de la humanidad. Las conclusiones son dispares cuando no disparatadas. No escasean los politólogos que atribuyen a la pandemia el viraje planetario hacia la ultraderecha, como una reacción a los confinamientos, las regulaciones horarias o las vacunas semiobligatorias. No cabe hablar exclusivamente de frivolidad ciudadana. Ante el riesgo de que un nuevo enclaustramiento de la población ordenado por China a principios de 2023 degenerara en una revolución, Pekín canceló de repente la orden y decretó el regreso a la normalidad. Aquel día murió la covid en todo el mundo. No se extinguió el virus, sino que la audiencia desvió su atención a otros asuntos.

Philip Cohen, un sociólogo de la universidad de Maryland, determinó que 6.300 mujeres se personaron en las urgencias de los hospitales estadounidenses en 2020, a causa de fracturas o esguinces sufridos por llevar zapatos con tacones. La media había sido de 16.000 durante cada uno de los cuatro años anteriores a la pandemia. La conclusión es que el confinamiento casero y el uso de un calzado más cómodo supusieron un alivio sustancial en las lesiones traumatológicas. Solo falta decidir si esta ventaja, al igual que la práctica desaparición de la gripe, compensan los daños asociados al encierro domiciliario, sobre todo entre los niños y jóvenes que sacrificaron sus libertades por una pandemia que estadísticamente les afectó en una proporción ínfima. En España, el tres por ciento de los fallecidos eran menores de cincuenta años.

Por si fuera necesario acreditar la vigencia pandémica, Isabel Díaz Ayuso se ha preocupado más de la covid a un lustro de distancia que cuando se amontonaban los siete mil cadáveres que ahora desea comprimir a la mitad. Ha perdido los papeles y buena parte de su crédito político, al fin se contempla la verdadera imagen de la presidenta de Madrid. Su furia desatada carece de valor científico, pero es acertada para determinar que la covid no es un caso cerrado.

¿En qué momento fue apadrinada la covid por el movimiento ‘woke’, proclamando su naturaleza de tabú inamovible? Los datos no siempre avalan la confraternización que se comercializó como uno de los frutos imperecederos de la pandemia. Las estadísticas ni siquiera acreditan la perpetuación en la estima del personal sanitario. En los sucesivos barómetros del CIS español, las cuestiones reiteradas sobre la atención recibida fueron decayendo notablemente en la valoración positiva, conforme transcurrían los meses. En Estados Unidos, el porcentaje de personas que aseguraban tener «mucha confianza» en médicos y hospitales descendió bruscamente, del 72 por ciento en la fase dura de abril de 2020 al cuarenta del año pasado. Nadie salió indemne del coronavirus. Al margen del corrimiento hacia la ultraderecha, los gobiernos democráticos se debilitaron y agrietaron, a falta de decidir la componente epidemiológica de esta fragilización.

La tragedia se transforma en comedia con el tiempo. Por eso conviene celebrar desde el humor que el mayor negacionista de la pandemia se llame Robert Kennedy junior, al frente hoy del ministerio de Sanidad más importante del planeta. Sin embargo, está prohibido aligerar la carga emocional del coronavirus. Se puede bromear sobre la muerte, pero en ningún caso si el fallecimiento se debe a la pandemia surgida de Wuhan. Los negacionistas y los afirmacionistas solo coinciden en la visceralidad que imponen a sus pronunciamientos contradictorios.

Cinco años después, la buena noticia es que la covid no ha supuesto la matanza apocalíptica que se presagiaba en 2020. Sus sacudidas permanecen latentes en economía, sanidad y política, pero no diezmó la población del planeta como sus precedentes históricos más sangrientos. La mala noticia es que la gran pandemia está por llegar, a falta de fecharla. Su eventualidad es uno de los argumentos en que se refugia Vaclav Smil, el autor favorito de Bill Gates dicho sea para soliviantar a los negacionistas, para tachar de descabellado cualquier intento de efectuar pronósticos sobre el año 2050 o incluso sobre fechas anteriores.

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