Opinión

Del golpismo al racismo

Archivo - El presidente de VOX, Santiago Abascal, durante un mitin de VOX, en la plaza Llibertat, a 9 de mayo de 2024, en Reus, Tarragona, Catalunya (España).

Archivo - El presidente de VOX, Santiago Abascal, durante un mitin de VOX, en la plaza Llibertat, a 9 de mayo de 2024, en Reus, Tarragona, Catalunya (España). / Laia Solanellas - Europa Press - Archivo

Catalunya bajo sospecha permanente. Es igual si queremos expresar nuestro derecho a decidir vía referéndum, o si agachamos la cabeza -vía represión- y planteamos y/o acordamos el traspaso de competencias que consideramos imprescindibles para gestionar nuestra complejidad. En todos los casos, Catalunya es la sospechosa habitual, un fruta envenenada que contamina las plácidas aguas de la España inmemorial. Y, en consecuencia, cada pieza que se mueve del tablero, aunque no sea de cariz independentista, sino solo soberanista, es una amenaza letal para la supervivencia de la España Grande.

El último ejemplo de este asedio permanente en cualquier acuerdo con Catalunya ha sido una auténtica explosión contra nuestros derechos, la munición del cual ha venido desde todos los flancos ideológicos, en una rara (pero no sorprendente) comunión entre las posiciones más voxistas y las izquierdas irredentas, pasando por maese Aznar, guardián sempiterno de la unidad española. De Abascal a Pablo Iglesias, de Aznar a Ione Belarra, de Feijóo al Gran Wyoming, todos a una para salvar a la Fuenteovejuna patria. No hay que decir que unos lo hacen desde la mirada españolista más integrista y otros desde el integrismo progresista, que resulta ser tan intolerante y dogmático como el primero. Da igual cuál sea el tema, tanto si se trata de un acuerdo sobre fiscalidad o una negociación sobre Rodalies o sobre inmigración. Al final, el problema no es el qué, ni el cómo, es quién es el destinatario del acuerdo en cuestión. Ya lo vivimos en todo su esplendor durante la negociación del Estatut, cuando se llevaban al TC competencias catalanas que estaban contempladas en el Estatuto andaluz, con un Alfonso Guerra que previamente había tranquilizado al personal. El famoso «nos hemos cepillado el Estatut» resumía esta necesidad del españolismo de tener controlada, atada y amordazada a Catalunya, para regionalizar su vocación nacional.

No es la derecha o la izquierda, es una concepción nacida después de 1714, que no ha dejado nunca de tener vocación colonial. Y Catalunya -más allá del País Vasco- ha sido siempre la colonia rebelde. Y esto, a pesar de que muchos territorios se han beneficiado de la lucha catalana, con la concepción autonómica como ejemplo más evidente. No existiría la España de las autonomías sin la ingente lucha de Catalunya y el País Vasco para tener sus estatutos, y el resultado lo conocemos: las reivindicaciones catalana y vasca dotaron de capacidad de poder a las viejas regiones españolas creando las autonomías, y a la vez esta creación sirvió para descafeinar nuestra soberanía. Hay que añadir, además, que cada vez que Catalunya ha negociado competencias capitales, no lo ha hecho nunca en detrimento de otros territorios que, perfectamente, podrían querer gestionarlas igualmente.

Si queremos referéndum, somos golpistas equiparables a las peores especies. Si hablamos de financiación, planteada por pura justicia social, dado que tenemos una infrafinanciación secular que afecta severamente a los intereses de los catalanes, se nos tilda de insolidarios. Si hablamos de incumplimiento del Estado en inversiones urgentes en infraestructuras, somos unos victimistas que no tenemos nunca bastante, con Rodalies alterando la vida diaria de miles de catalanes. Si hablamos de la lengua, prácticamente somos xenófobos. Y ahora que Junts ha conseguido un acuerdo solvente y razonable sobre la cuestión urgente de la inmigración, o somos destructores de España o directamente racistas, según voceen Aznar o Belarra. Y eso que la competencia la gestionará un tal Salvador Illa, patriota sin mácula y con manifestaciones junto a Vox para salvar a España.

No tenemos salida: por un lado o por el otro, somos lo peor. Y lo somos porque no renunciamos a nuestra voluntad de soberanía, y es aquí donde la Catalunya sospechosa se convierte en culpable. No querer ser una región nos castiga por la derecha y por la izquierda. Lo peor es cuando los ataques los hacen desde Podemos y compañía, siempre dotados de un tipo de soberbia moral que sería ridícula, si no fuera patética. Reparten carnés de pureza democrática con la misma alegría que defienden regímenes autocráticos. Será porque los Maduro, Jamenei y colegas de Hamás no son racistas. Tienen razón, estos no son racistas: a la hora de matar, matan a todo el mundo.

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