Opinión | Una ibicenca fuera de Ibiza

Trump, los diablos negros y los baobabs

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump / Europa Press/Contacto/Aaron Schwartz

Estos días leíamos que un diablo negro -Melanocetus johnsonii para los eruditos-, un animal que habita en las profundidades de hasta 4.000 metros, había sido avistado por primera vez en aguas de Tenerife, subiendo en vertical directa a la superficie. Al animal, que debe su nombre a su aspecto tenebroso y capaz de deborar a especies que le doblan en longitud, como una metáfora de los tiempos que corren, la huida a cualquier otro lugar le costó la vida, de modo que la pregunta que debemos hacernos es, ¿de qué terror escapaba?

Días después en tierra firme, otro depredador, Steve Bannon -el otrora ideólogo de cabecera de Trump-, se declaraba culpable de defraudar a donantes por 15 de los 25 millones de dólares recaudados para financiar el muro propuesto por Trump durante su primer mandato que mantendría América Great Again y, sobre todo, limpia de inmigrantes. Evitaba así la cárcel a cambio de libertad condicional. Antes de eso, en 2021, a horas de abandonar la presidencia -muy a su pesar-, Donald Trump le concedía un indulto. Hoy por ti, mañana por mí, además de para defraudar el dinero de los devotos, Steve Bannon había sido un pieza -que no ‘una’- clave en el paso de Trump en la Casa Blanca, y aun hoy haríamos mal en olvidar el manual de uso que dejó al depredador que setenta y siete millones de votantes sentaron de vuelta en el despacho oval. Quizá alguna de las instrucciones le resuenen.

En 2019, en una entrevista a Frontline, Bannon hablaba y revelaba la estrategia a seguir: «En los primeros 100 días, todos los días, vamos a estar golpeando con tres órdenes ejecutivas ¡lo que sea! El número uno es que el Partido Demócrata está destrozado. No tienen idea. Van a tener su propia guerra civil interna. Eso los mantendrá ocupados por un tiempo. Así que lo que tenemos que hacer es simplemente golpear, golpear, golpear». Mientras se golpeaba a los progresistas, señalaba como que el verdadero «partido de la oposición son los medios de comunicación. Y los medios de comunicación solo pueden, porque son tontos y perezosos, centrarse en una sola cosa a la vez. Todo lo que tenemos que hacer es inundar la zona. Todos los días los atacamos con tres cosas. Ellos muerden una y nosotros, mientras... hacemos todo lo que podemos, bang, bang, bang».

«Golpear, golpear, golpear», «bang, bang, bang» no es nada original en realidad. Apenas la última actualización fanfarrona de otro manual que debía haber quedado enterrado en lo más profundo del negro mar de nuestra historia: Los 11 principios de la propaganda nazi de Joseph Goebbels, homólogo de Bannon cuando el aspirante a depredar el mundo era Adolf Hitler.

«7.- Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

9.- Principio de silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.»

Pero que se puede ir siempre un poco más allá acallando a los medios no afines lo vivió Madrid cuando era el símbolo de resistencia a las tropas golpistas contra el Gobierno. «No pasarán». Solo en el primer mes de acoso y derribo, en octubre de 1936, el actual edificio de Telefónica que albergaba la Oficina de Prensa Extranjera fue el objetivo de ciento veinte proyectiles. Desde el otro lado de los muros contaban al mundo la barbarie Ernest Hemingway o Antoine de Saint-Exupéry. De haber tenido éxito el mundo habría perdido Por quién doblan las campanas o El Principito, donde nos advertía de las semillas invisibles:

«Se alarga extendiendo hacia el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera. Pero si se trata de una mala hierba, es preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla. En el planeta del Principito había semillas terribles… como las semillas del baobab. El suelo está infestado de ellas. Si un baobab no se arranca a tiempo, no hay manera de desembarazarse de él más tarde; cubre todo el planeta y lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar».

Como una metáfora de los tiempos que corren, nos ahogan en semillas que nos juran de rábano o rosal, pero entre las que cuelan baobabs. Diablos negros con sus antenas prendidas como señuelo. Pero hay un truco: el tenebroso diablo negro, sobre la palma de la mano, apenas medía 6 centímetros. Es porque era una hembra; los machos ni siquiera alcanzan los 3. Ese es precisamente el objetivo: tenernos saturados, y callados ¡y atemorizados! para que no podamos reaccionar y arrancarlos a tiempo. Antes de que estalle el planeta.

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