Opinión

Por los caminos del miedo

Rafel Jaume (1928-1983), poeta i fundador Llibrerìa Cavall Verd con Miquel Morell Covas (1923-2012), escultor, Fundador «Grup Tago».

Rafel Jaume (1928-1983), poeta i fundador Llibrerìa Cavall Verd con Miquel Morell Covas (1923-2012), escultor, Fundador «Grup Tago». / Pedro Estarellas Sabater / ‘Archivo de Mallorca, las fotos de tu vida’ / fotosantiguas.diariodemallorca.es

Sí, eso gritaba el doctor Valdés de la calle Antillón, pero estos días un veterano del mismo barrio, nació exactamente allí, puntualizaba que lo que exclamaba a voces, para ser exactos, era un «¡Dios mío, estamos perdidos!» Parece ser que el barrio quedó como un gruyère. Los mayores, angustiados, enviaron a los críos a Maria de la Salut, a Campos o de donde fuere que habían llegado cuando Son Canals era un campo de habas y empezaba a crecer. Curiosamente el médico que acogía a la gente en su clínica de la misma calle entró en tal pánico por la seguridad de los suyos que marchó fuera de la ciudad, como hicieran muchas familias, incluso la del alcalde. Los Darder, también por los bombardeos y junto al terror aplicado a su familia, se reunieron en can Xarpa en la carretera vieja de Sineu, entre el Camí de cas Correu y la actual carretera que sube de Son Ferriol a Pòrtol, pasando s’ Hort de la cadernera i s’Hostalot. Muchas familias si podían intentaron protegerse evacuando a todos los niños y mayores.

El médico Valdés así lo hizo él mismo y con los suyos se instaló en la possessió de Can Mas, actualmente en obras y sufriendo la construcción de viviendas a precios inasequibles para los jóvenes nacidos en Bunyola que intentan no tener que marchar en lo que va a suponer un relevante cambio en un lugar tan hermoso y limitado. Can Mas de la familia Cirera, un predio en el lado este del puig de Son Garcies, tuvo esos inquilinos un tiempo, el suficiente para hacer amistad con dos personajes bien curiosos y relevantes en la historia literaria y artística del país, el escultor Miquel Morell y el poeta, y librero, Rafel Jaume de la librería Cavall Verd en el barrio judío de Ciutat. Un hombre tímido, quizás demasiado serio, pero muy querido por sus alumnos que observaba el mundo tras unos gruesos cristales que parecía ayudaban a amplificar sus metáforas. Ambos amigos pasaban veranos enteros contemplando desde el corral el Penyal de can Fil. Rafel Jaume un poeta único, pero de una candidez extrema en sus descripciones de la naturaleza, típico de aquellas gentes que han salido muy poco de la ciudad. Morell, por otro lado, hijo de guardia civil y artista autodidacta, romántico y enamoradizo hasta el final, era un artista hecho a sí mismo. Salieron jornadas enteras a caminar por esos caminos de Bearn. Uno con cuaderno en blanco para «recoger» versos y el otro, el escultor, con unas hojas caducadas de calendario bajo el brazo para reciclar dibujando en los caminos todo aquello que despertase su interés. No solía llevar siquiera lápices ni nada parecido, gustaba mucho de buscarse la vida y improvisar, recoger y cortar las «caramutxes d’albó» secas en los márgenes de piedra, quemar la punta a modo de grueso y muy solvente carboncillo y materializar un rincón o un pensamiento orgánicamente. Rafel rimaba convergiendo sus versos y Miquel algunas veces los ilustraba o creaban una postal navideña para amigos y familiares recreándose en algún pedazo del paisaje. Atrás iban quedando las bombas, alguna en la cima del Teix, y estos dos colegas, miembros del grupo Tago que se reunía en el bar Moka de Sant Miquel, empezaban a notar el tedio franquista, ese mismo que los populistas reinventan como el mundo de Yupi.

El doctor madrileño, Francisco Valdés Guzmán, no tardaría en volver con sus trece hijos para continuar su labor cerca del refugio antiaéreo. Los represores agudizarían con más impunidad su carnicería. Florecían los almendros nutridos también por la sangre en las cunetas de miles de inocentes. La fatalidad y el pesimismo llenaban los versos que en la rotunda belleza de la Serra, el poeta cristalizaba en su intrínseca esencia ante un pueblo aterrorizado, los asesinatos perpetrados por una minoría de fanáticos sobre una parte muy importante de la población lo marcaron todo.

«Qui me mira no me vol, perque sóc figuera borda». Morell se limitaba, en esos duros días, a los paisajes y a lo pintoresco, no había otra. En el altillo del Moka trataban otros temas más serios. El doctor volvió al tajo y un cielo de plomo bajaba el telón que cerraba el genocida acto. Mallorca ya no estaba perdida, nos habíamos encontrado en la paz de los muertos, esa que hoy añoran algunos y venden como la cutre prosperidad que baja las tasas de paro eliminando a tus vecinos y hermanos. ¿Les suena? Sus nuevos clientes reciclan esa mugre, no habían nacido y sus padres tampoco, casi los mismos que proponen el famoso resort sobre los restos mortales de miles de inocentes. Mallorca también lo es todo un resort de parecidos cimientos. Un segmento de votantes que bromearon, en el minuto uno, con la edad de Joe Biden ahora no cuestionan, para nada, si plástico o papel … aunque tarde o temprano se intuye (aunque sea en ojo ajeno) que se van a atragantar con la maldita pajita del gran estadista.

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