Opinión

Tiempos de egopolítica

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump / Europa Press/Contacto/Aaron Schwartz

Nos invade la zozobra cada vez que Trump traslada sus miedos a la agenda política. En muchos casos en el plano discursivo, en otros tantos firmando órdenes ejecutivas. El problema no es Trump y su aparente impunidad -que también, por el riesgo de devenir profecía autocumplida-, sino la masa social conservadora y adinerada, con una capacidad de influencia desbocada. Examinemos hoy el caso de las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI).

El 20 de enero firmaba una orden ejecutiva para «terminar con la discriminación ilegal y restaurar la meritocracia». Un plumazo que supone retroceder (revoca alguna orden de 1994) y una vuelta a la meritocracia. La retórica de las oportunidades basadas en el esfuerzo individual como única explicación para el éxito al que llegues en la vida, es negar las desigualdades estructurales. El privilegio seguramente hace olvidar que además se solapan entre ellas: la vida no te sonríe igual si naces hombre en una familia acomodada de Nueva York de origen germánico, que si naces hija de madre soltera negra con dificultades de audición.

Pues bien, dicha orden tenía por objetivo fulminar todos los programas de diversidad en el empleo público. Días después cesaba Jocelyn Samuels como responsable de la Comisión de Equidad en las oportunidades de empleo. Fue nombrada por el mismo Trump en su primer mandato pero ahora la despide por haber sido demasiado fiel a Biden. El efecto cae en cascada: esta comisión independiente se encarga de asesorar a todas las agencias federales en materia de inclusión y equidad laboral. La orden recomendaba que aquellas empresas que quieran seguir como proveedoras de la Administración tomen el mismo camino.

En el mundo corporativo, tras el movimiento #MeToo tomaron mucha relevancia los datos sobre diferencias de género, destacando la brecha salarial entre hombres y mujeres. En 2020, fue la muerte de George Floyd y las proclamas del #BlackLivesMatter lo que aceleró el discurso antirracial. La adopción fue amplia: en 2022 todas las empresas incluidas en la lista Fortune se habían comprometido públicamente con las políticas de DEI. Todas quiere decir 100 grandes corporaciones, entre ellas Amazon, Alphabet (matriz de Google), Target, Walmart, Apple o AT&T. En los últimos tres años se han publicado diversos informes correlacionando las ratios de diversidad de las empresas con mejores resultados económicos, una cultura organizativa más innovadora, flexible y adaptable a los contextos inciertos, más estabilidad en la plantilla, así como mayor satisfacción de la clientela. El mismo Amazon Web Service encargaba un estudio para evaluar el impacto de estas políticas, concluyendo que apostar por la inclusión es una ventaja competitiva a todos los niveles.

No obstante, las cosas se empezaron a torcer cuando en junio de 2023 el Tribunal Supremo de Estados Unidos ponía fin a décadas de acción afirmativa (discriminación positiva) para favorecer la diversidad racial en el acceso a la universidad. Unos días más tarde, el mismo tribunal truncaba la promesa electoral de Biden de condonar la deuda a más de 26 millones de estudiantes. Desde entonces se observa un goteo de desinterés por la inclusión. Un par de meses antes de la toma de posesión de Trump, Walmart y otras ya habían hecho un paso atrás, y Amazon, a pesar del informe mencionado, decidió hacerlo en los últimos días de Biden. En enero de 2025, Meta y Google anunciaban su giro de timón, en este caso sí a colación de la orden. Pudiera parecer que Trump fuera el empujón perfecto para ejecutar lo que ya se había ido fraguando.

Y ahí está lo preocupante, no solo un segundo mandato de Trump, ahora acompañado de un elenco de plutócratas, sino todos los activistas conservadores que están presionando, influyendo y financiando cambios notorios en el tejido social y empresarial a través de opacas y rancias fundaciones. Con la retórica de la egopolítica nos quedamos solo con el personalismo, pero la peor noticia es que no es solo el presidente, sino que hay todo un cojín de conservadurismo influyente sobre el cual reposan los aspavientos. ¿Será rompehielos y cortina de humo a la vez?

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