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Rubiales interroga a Jenni Hermoso
La posición preferente del principal acusado por encima de su abogada sirvió para escenificar la posición prominente del presunto culpable sobre la víctima, como se quería demostrar

Jenni Hermoso en la Audiencia Nacional acudiendo a declarar en el juicio contra Rubiales / José Luis Roca
Dónde está Trump cuando se le necesita, porque la Real Federación Española de Fútbol exige el despido masivo de todos sus integrantes al estilo Elon Musk, aunque ni siquiera este revulsivo garantizaría que los gérmenes nocivos no contagiaran a una renovada generación de dirigentes. En su actual disposición, y aunque lo diga Ferreras, el fútbol está podrido. El deporte rey, debe referirse a Juan Carlos I, es más peligroso para los niños que los artefactos móviles. Así lo demuestra el juicio de Jenni Hermoso o a Jenni Hermoso, véase más adelante.
Al escribir sobre la Federación, hay que frenarse para no soltar un exabrupto a cada frase. Uno de sus personajes más desaconsejables, el así llamado Luis de la Fuente, se presenta a un juicio por agresión sexual y coacciones al grito de:
-Yo no he venido a hablar de esto.
No debe causar extrañeza, una legión de acólitos han acostumbrado al prepotente a comportarse como un personaje de Pérez-Reverte. Curiosamente, a este imitador hispano de Trump le preguntaban por sus aplausos apasionados a un presunto agresor sexual, cuando se jactaba de su hazaña en público. El juez antichulos puso en su sitio al seleccionador y transmisor de valores. En otro tipo de democracia, este funcionario ya estaría en la calle, con o sin Eurocopa. Por no hablar de que su teoría de que «yo estaba en otro despacho», cuando se producía una coacción digna de una manada verbal, apesta a invención.
De la Fuente es un excelente ejemplo del comportamiento viciado de la Federación, y de su irreversibilidad en todos los peldaños, aunque desde luego que no iguala por mucho que lo intente al campeón de su gremio de matasietes. Porque el titular obligado del proceso de esta semana es «Rubiales interroga a Jenni Hermoso». El presunto agresor se sienta al lado de su abogada, con una envergadura que le concede una posición prominente y lo convierte de hecho en el autor del interrogatorio a la víctima de su beso no deseado.
No se trata de desacreditar la labor de Olga Tubau, también defensora del mayor Trapero de los Mossos para desconcierto de la ultraderecha predispuesta a jalear su interrogatorio a Hermoso. Ahora bien, la disposición escénica es sustancial a la hora de una representación dramática. La futbolista se enfrenta al machista desde abajo, y haber soportado esa preeminencia nada neutral resulta tan valiosa para entender su reivindicación como la naturalidad nada victimista de sus respuestas.
Quien intimidaba más que preguntaba a Hermoso era Rubiales, que también tuvo que ser amonestado por sus excesos. Repugna a la inteligencia que la víctima de un delito sexual declare a los pies de su presunto agresor, al igual que ocurre en las comisiones de investigación parlamentarias donde los corruptos se sientan en la presidencia con todos los honores, mientras que los representantes del pueblo ocupan una posición rebajada. Es una ligereza prepotente que jamás se autorizaría en Estados Unidos, donde las posiciones respectivas son precisamente inversas. Con o sin Trump.
El proceso penal carece de influencia en una situación ya juzgada. Tras el beso imperativo, la lucidez de Clara Serra dictaminó el machismo inapelable del acto, junto a su dudosa vigencia criminal. Es fácil adherirse racionalmente a este planteamiento, para felicitarse a continuación de que Rubiales ya haya sido condenado con la sentencia ejecutada. Verse desalojado a patadas de la presidencia de la Federación, pese a las reticencias de su amigo Pedro Sánchez, fue más doloroso para este ser superior que una temporada en la cárcel.
Conviene recordar que partidos, deportistas y periodistas ambiguos solo se adhirieron a las críticas al entonces presidente de la Federación cuando se vieron abrumados por la opinión pública. De hecho, la marea indignada sorprendió a los defensores del macho alfa mientras disculpaban al presunto agresor. Hasta Sumar debió pensar que Rubiales era más difícil de disimular que Errejón. La sentencia ciudadana irreversible no impide la extracción de enseñanzas del proceso en curso.
La primera lección es el estado de degradación irreversible de la Federación. Como dice Trump de Gaza, «cualquier día volverá a ocurrir». Lo raro es que no ocurra cada día, y seguramente ocurre a diario. La segunda moraleja se extrae de la magistral declaración de Hermoso, sin maquillarse de sentimientos impostados. Cuando una persona sufre un atraco, tiene todo el derecho a salir de cena y emborracharse, incluso es posible que una escuela psicológica desconocida por decente lo recomendase. La víctima no tiene por qué «arrastrarse por el suelo», en la excelente descripción de la futbolista. A cambio, no tiene justificación la marcha atrás de su hermano. Lo malo de los actos de cobardía es que anulan el posterior arrepentimiento.
Por si hubiera dudas sobre la Federación degenerada, el Supremo aprovecha el juicio a Rubiales para levantar la condena por prevaricación a su actual sucesor, Rafael Louzán. Es importante demostrar que la defenestración de un presidente supone una excepción, los poderosos no se tocan. La ciudadanía ganó por sorpresa una batalla, pero la guerra está perdida de antemano.
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