Opinión

¿Estamos perdidos…?

Monumento a Cisca Moll, de Pere Pavía, en la plaza de la Madre de Déu de la Salut de Palma

Monumento a Cisca Moll, de Pere Pavía, en la plaza de la Madre de Déu de la Salut de Palma

A los héroes caídos… por Dios y por el pequeño comercio que por desgracia nadie quiso evitar que algunos, o casi todos, los emblemáticos fueran cayendo por eso ahora hay pseudofranquícias, heladerías, que ponen fraudulentamente «fundado en 1942» cuando el electricista ha terminado hace media hora. Monumento por la unión de autónomos que se llevan mal y lo intentaron todo «su presidente se esforzó hasta el final». Hermandad de aquellos que pasaban a recoger la caja al final del día y… vaya por Dios, hoy pintan canas y deben estar al tajo, como hicieron sus abuelos los fundadores y pioneros, hoy son esa fraternidad de damnificados del se acabó el chollo y si eres empresario te jodes que ahora te toca estar, no seas jeta, no delegues más que cuando la cosa baja te vas unos días a Marruecos. Pulsa uno si te lo crees, pulsa dos si no te lo crees y si pulsas tres te vas a cagar, pues si querías continuar con el negocio ahí hay que tragar que no… no volverán los buenos tiempos que cantaba Javier Andreu, volverán los aranceles como las naranjas que vuelven a ser de la China y las oscuras golondrinas sus nidos a colgar… of course! El escultor que modeló el monumento a la chica que cose se llamaba Pere Pavía y ella era su compañera del alma, Cisca Moll, que ni se sabe que remendara nada pero era una de las últimas libreras de esta ciudad muerta. Ambos hoy ya son símbolo de lo que el tiempo parece que se llevó. Ni hoy se cose aquí ni se fabrica casi nada en casa y a los artistas los encargos no les llueven ni de vez en cuando, es decir nunca. Luego los profes de bellas artes siguen anunciando a gritos que el arte ha muerto. Los políticos manipulan el nivel de emblematicidad a destajo y en proporción a su militancia o a la conveniéncia del momento, sí, los políticos… y en eso son todos y de todo color y a cada momento. Hay ejemplos de rincones tan emblemáticos a los que ya nada más les falta, junto al sombrero mejicano, poner un ejemplar de mallorquín que aunque no demasiado solvente al menos aguante un ratito sin blasfemar.

Cuando caían las bombas sobre Palma, mi abuela paterna, Tonina Mascaró Bergas, que era de Maria de la Salut y tenía el buen gusto de solamente hablar en catalán, nos dejó una frase que los primos repetíamos siempre con cierta ironía cómplice. Recordando, una vez más, ese crudo momento contando el capítulo en cuestión y pronunciando la única frase que le oímos decir en la lengua de Cervantes. (Su cultura y riqueza lingüística le haría enrojecer también a usted por lo tanto no se venga arriba y menos si no ha leído a Martorell en su Tirant lo Blanc). Esa única frase en castellano que repetiría más de una vez y en exclusiva, era la misma que bajo las bombas pronunciaba frenéticamente y sin parar, a modo de sirena. El Doctor Valdés de la calle Antillón y todo eso mientras todas y todos corrían a ese improvisado refugio que era su pequeña clínica. El doctor repetía ese lúgubre anuncio mientras decenas de madres y sus criaturas corrían para ponerse a salvo y todo al grito de: ¡ESTAMOS PERDIDOS…! ¡ESTAMOS PERDIDOS…! sigue siendo muy probable.

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