Opinión | Escrito sin red
Un líder cuestionado

Yolanda Díaz en el Congreso
La votación perdida del decreto omnibus permitió a Sánchez disparar contra Feijóo con toda la trompetería demagógica de siempre: «está contra la revisión de las pensiones». El señalamiento de Sánchez se dirigió exclusivamente a Feijóo, por mucho que la responsabilidad de gobernar sea del Gobierno y de los aliados que lo sostienen, entre ellos Junts. Sánchez se desgañitó asegurando que el decreto era un todo social que no podía trocearse y que buscaría votos debajo de las piedras para aprobarlo. El coro de papagayos ministeriales repitió la consigna de Moncloa con el fervor acostumbrado, en el que brilló con luz propia Yolanda Díaz: «o todo o nada, el decreto no puede trocearse». No había acabado de repetir el mantra el ministro Planas, con el Gobierno secuestrado esperando el visto bueno de Puigdemont tras aceptar la tramitación de la confianza, cuando desde Waterloo llegó el nihil obstat. Se presentaba el decreto troceado, con la revalorización de las pensiones, las ayudas al transporte y a Valencia por la DANA; también el palacete para el PNV y la suspensión de desahucios con aval del Estado para propietarios que objetó Feijóo para votar no al decreto anterior. Feijóo, tras veinticuatro horas de duda en el PP, resolvió votar favorablemente el decreto, aunque incluyera aquellas objeciones. La argumentación fue desopilante: «Sánchez nos había preparado una trampa para que votáramos que no y así poder acusarnos de votar contra los pensionistas; vamos a hacer lo contrario de lo que pretendía que hiciéramos».
Es decir, que el voto del PP está en función de las intenciones de Sánchez de acusarles y no sobre el fondo del asunto, que incluía tanto las pensiones como el palacete y la suspensión de desahucios. No se puede entender. Ante la disyuntiva entre el populismo de Sánchez y la racionalidad, Feijóo, acobardado, opta por el populismo. El resultado es división interna y nuevas embestidas de Sánchez, que huele a sangre con el voto favorable, y le acusa de falta de liderazgo, de ser un pollo sin cabeza, de que Díaz Ayuso le come la tostada, de carecer de la energía necesaria para mantener una posición propia. Todo lo cual no deja de ser una incoherencia más de Sánchez, porque ¿cómo se cohonestan esas embestidas de flojedad con la acusación de que lidera una oposición destructiva? Y miren que el asunto de la revalorización es discutible. El déficit contributivo de las pensiones en 2024 es de 60.000 millones. La deuda de la seguridad social en 2018 era de 52.868 millones, ahora es de 116.000 millones. ¿Una economía que va como un cohete? La pensión media en estos momentos es de 1.500 euros al mes, mientras que el sueldo medio de los menores de 40 años es de 1.100 euros. ¿Cómo no va a ser imposible el acceso a una vivienda, independizarse y formar una familia? Los sueldos de los activos con sus cotizaciones son los que pagan las pensiones, una especie de estafa piramidal. El argumento de que necesitamos a la inmigración para poder pagar las pensiones futuras de los activos sobrevuela como una amenaza existencial sobre los valores que nos definen como nación. El argumento es parecido al invocado por Keynes para justificar la inversión pública, aunque alimente las consecuencias deletéreas de la inflación para el futuro: «En el largo plazo estaremos todos muertos». En el fondo se trata del mismo problema de las jubilaciones, traspasamos el problema a las generaciones futuras. El pacto de Toledo significaba sacar de la discusión política y electoral las pensiones. Sánchez también lo ha dinamitado, como todo lo demás, al servicio de su criminal ambición de poder personal. Podría imaginarse uno que frente a un Gobierno cabalgando el populismo se situaría la oposición en la coherencia de la racionalidad. Pero no, ambos destilan populismo por todos sus poros.
La otra cuestión es la reducción de la jornada laboral, sin que baje el sueldo. Así se reduce aún más la productividad, la cual es una de las más bajas de la OCDE. Lo que significa reducir la competitividad de nuestras empresas exportadoras, aumentar nuestro déficit comercial y provocar más paro, especialmente entre pequeñas empresas y autónomos. Fue festejada por los sindicatos UGT y CC OO, los mismos que convocaron el pasado domingo manifestaciones en toda España contra la oposición del PP, «contra el oportunismo político»; el mundo al revés, con una multitud de 500 personas en Madrid y 300 en Barcelona. Así, los agradecidos sindicatos, beneficiados por el Gobierno con 32 millones de euros de subvención, se suman a la estrategia del Gobierno de que, ya que no puede gobernar, hace oposición a la oposición. Se aprobó en el consejo de ministros, tras calificar Díaz a Carlos Cuerpo como casi «mala persona» y ser ninguneado por Sánchez, con bronca incluida. El ministro abogaba por pactar con la CEOE las ayudas necesarias para la implantación de la reducción de jornada. Por mucho que se haya aprobado por el consejo de ministros, hazaña memorable para Díaz, deberá iniciar la tramitación parlamentaria que deberá contar con los votos imprescindibles de Junts. Éstos se vislumbran como problemáticos si, como parece, dependen en buena medida de la aquiescencia de la patronal catalana. En fin, que venden la piel del oso antes del cazarlo. Ése es el objetivo, ganar el relato, que es de lo que se trata.
Feijóo siempre me ha parecido un hombre con escasas capacidades para liderar la lucha por el poder, más bien un Hamlet galaico enredado entre nebulosos conjuros de meigas del Miño naciente. Aparenta albergar la esperanza de que el poder caiga en sus manos como una manzana madura, sin que tenga que estirar mucho la mano, no sea cosa que se provoque una tendinitis. Aboga por derogar el sanchismo. Pero, siendo eso necesario, es totalmente insuficiente si se quiere reconstruir la democracia. Lo que se necesita es un proyecto que afronte su regeneración. Si antes de la operación del verano aparecía en las viñetas de Peridis con gafas y el ceño fruncido aparentando resolución, después ha comparecido sin gafas y sin ceño. Si antes desprendía, en algún momento, algo de picardía, ahora aparece como un traslúcido rodaballo semienterrado en la arena de la ría de Arousa. Si a Cuerpo, un aliado, le llama Díaz mala persona, es que estamos en un tris de culminar la hazaña de convertir a Sánchez en un santo y a Feijóo en un réprobo.
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