Opinión | Pensamientos

El médico chillón

Se imaginan que en urgencias del hospital el médico empezara a increpar a gritos al paciente sobre la gravedad de su dolencia. Una locura

Archivo - Plano general del hemiciclo

Archivo - Plano general del hemiciclo / CONGRESO - Archivo

Desafección, desesperanza, desapego, desmoralización… El panorama político en España es desesperante y dramático, pero no hay que perder la calma, ni la ilusión.

Podríamos seguir hasta el infinito escribiendo palabras negativas que empiezan por «d». Describir la coyuntura presente es un desafío intelectual que desgasta hasta el más templado (otras tres des).

El esfuerzo que notables articulistas, como Matías Vallés, Pilar Garcés, Joan Riera y Ramón Aguiló, desarrollan para sacar las vergüenzas a la clase dirigente, cae en saco roto. No obstante, ellos, y otros prestigiosos columnistas, no tiran la toalla.

Cuando nos paralizó y azotó el coronavirus pensamos, ingenuos, que era el momento para remar todos al unísono. Era una emergencia nacional en un mundo sacudido por un mal para el que no había remedio. Ni la pandemia nos puso de acuerdo. Pasada la plaga, el cisma partidista volvió a escena, quizás con mayor virulencia que antes de las mascarillas.

Más recientemente ocurrió la DANA sobre Valencia, Castilla la Mancha y Andalucía. Semejante catástrofe era una razón más que suficiente para conseguir la unidad. No ha sido así.

Dudo de que si ocurriera una guerra (Dios no lo quiera), gobernantes y oposición se iban a poner de acuerdo. Mejor no probarlo.

Un recurso fácil es cargar las culpas sobre el adversario. Medios de comunicación y redes sociales alimentan las 24 horas del día esta polarización. La búsqueda de responsables en los partidos rivales se traslada también a la ciudadanía. Es habitual repetir en la calle los argumentos que atribuyen a los «otros» los males, chapuzas, parálisis, negligencias, corrupciones, disfunciones, favoritismos…

Muchos se quedan más tranquilos si descargan en el Gobierno de turno sus desventuras. Otros, por el contrario, se alivian al señalar a la oposición como fuente de los problemas.

Llegados a este punto parece más sensato hacer responsable a la clase política en general, salvo, eso sí, algunas excepciones. En un escenario utópico Partido Popular y Partido Socialista deberían constituir una «gran coalición» y usar su mayoría para tratar de resolver las grandes cuitas que nos lastran.

Ambas son fuerzas constitucionalistas, europeístas y democráticas. Tienen diferencias, eso sí, en el modelo económico, pero las dos respetan el libre mercado. Esta entente dejaría a los extremismos de derechas e izquierdas y a los independistas radicales en una situación irrelevante, lo contrario a lo que sucede.

Este pacto de centro-izquierda no se va a producir. Ni está, ni se le espera. La realidad es que ambas fuerzas se odian y, lejos de ocuparse de la gestión pública, dedican todas sus energías a machacarse.

Otra fea actitud es la retórica de la hipérbole. Exagerar los diagnósticos, hablar de apocalipsis, dictaduras o plagas bíblicas no contribuye a sanar a los enfermos. Se imaginan que en urgencias del hospital el médico empezara a increpar a gritos al paciente sobre la gravedad de su dolencia. Una locura.

Comparar 2025 con los tiempos de la II República, la Guerra Civil o la dictadura bolivariana es una sandez. Y, además, es peligroso.

Confiar en que unas elecciones traerían la solución es algo pueril, dada la debilidad de populares y socialistas. Nos es extraño así que ante el revuelto patio de colegio surjan alternativas que prometen remedios sencillos a los males reales o imaginarios. Urge una renovación de la clase política.

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