Opinión | Tribuna
¿Tiene que ser el producto local solo para ricos?
Una utopía en el mercado actual real

¿Tiene que ser el producto local solo para ricos? / Freepik
El debate sobre las granjas intensivas sigue estando sobre la mesa y, como era de esperar, las opiniones se polarizan entre quienes defienden su desaparición y quienes advierten sobre las consecuencias económicas de esa decisión. La tribuna de opinión publicada ayer en Diario de Mallorca por el diputado del PSOE Marc Pons, Balears: Stop Macrogranjas, es un buen ejemplo de cómo, en la lucha por la sostenibilidad, a menudo se ignora un factor clave: la viabilidad comercial y el acceso del consumidor medio a los productos locales.
Es innegable que el modelo de producción intensiva plantea retos que deben abordarse bajo la normativa europea vigente. Sin embargo, demonizar las explotaciones de mayor tamaño sin ofrecer soluciones realistas nos lleva a un callejón sin salida: un escenario en el que el producto local se convierta en un lujo inaccesible para la mayoría de la población.
Hoy en día, producir a pequeña escala en Balears es poco viable por el sobrecoste significativo debido al aumento de costes de producción (encarecimiento del suelo, la mano de obra, de la logística…) así como de la cantidad de requerimientos legales a cumplir.
¿Dónde están los pequeños productores?
Las escasas granjas familiares -como las nombraba el señor Pons en su tribuna- que son viables lo hacen en muchos casos sin poder cumplir con la legislación vigente y las toneladas y toneladas de documentos que hay que tener en regla para poder producir.
Muchos de los productos que nos encontramos en los mercados de plaza de pequeños productores no cumplen con la legalidad. Por ejemplo, la normativa del marcado: según la normativa de la Unión Europea (UE) en materia de comercialización aprobada en noviembre de 2023 y trasladada por el consejo de ministros a España en octubre del 2024, establece criterios de clasificación, etiquetado obligatorio y etiquetado facultativo, con el objetivo de contribuir a mantener la unidad de mercado, la transparencia y lealtad en las transacciones comerciales y la información transparente a los consumidores.
Los huevos que compramos a la payesa del mercado de la plaza del pueblo no cumplen la normativa. Si tuviese que cumplir con la normativa, comprar una máquina de etiquetado y dedicar tiempo a hacerlo, ¿a cuánto tendría que vender la docena de huevos realmente?
No vamos a comentar la cantidad de estafas que existen con productos que nos venden como locales realmente comprados en Mercapalma y distribuidos a granel. Si se restringe aún más la capacidad de producción legal mediante regulaciones más estrictas o la eliminación de las explotaciones medianas y grandes, los precios se dispararán aún más.
¿Estamos dispuestos a para pagar 8€ o más por una docena de huevos?
Porque ese será el precio real de la supuesta sostenibilidad que algunos defienden sin considerar sus implicaciones comerciales. Viene una escasez de producto de producción de huevos según los expertos, y las islas por su vulnerabilidad la sufrirán… de manera aún más acusada. La reducción de la oferta local, combinada con los altos costes de producción y la dependencia de importaciones, no solo encarecerá el producto, sino que también pondrá en riesgo el abastecimiento regular. En un contexto de creciente demanda y menor disponibilidad, los consumidores en Balears podrían enfrentarse no solo a precios prohibitivos, sino también a la incertidumbre de no encontrar huevos en el mercado.
El consumidor medio no puede asumir ese nivel de gasto en productos básicos. Y si lo que se busca es sustituir la producción local por importaciones de otras regiones donde las granjas intensivas sí operan y muchas veces sin las regulaciones y controles sanitarios necesarios, el problema se traslada en vez de resolverse. La huella de carbono de traer productos del exterior y la pérdida de autosuficiencia agraria y soberanía alimentaria de Baleares serán el precio a pagar por esta visión idealista.
Si queremos un modelo de producción sostenible que garantice tanto el bienestar animal como el acceso de la población a productos locales, el camino no es la prohibición ni la penalización, sino la inversión en innovación, eficiencia y un modelo de producción equilibrado. Regular sí, demonizar no. De lo contrario, solo conseguiremos que el producto balear sea un capricho exclusivo de quienes puedan permitírselo, mientras el resto se vea obligado a llenar su cesta con productos foráneos de dudosa trazabilidad.
El debate sobre las granjas intensivas no puede reducirse a una cuestión moralista sino enmarcarse en la legalidad vigente y enmarcando el impacto comercial. La sostenibilidad también debe ser económica y social, o de lo contrario, perderemos no solo el producto local, sino también a los consumidores que deberán pagar los caprichos de unos políticos predicadores y alejados del día a día.
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