Opinión | Tribuna
Elon Musk resucita a Montaigne (a su pesar)

Elon Musk / Agencias
Si alguien en este mundo podría resucitar a Hitler, ese sería Elon Musk. No por razones ideológicas, claro, sino por una cuestión puramente técnica: si ha lanzado coches al espacio y estrellado cohetes de manera controlada, traer de vuelta a un dictador parecería un juego de niños. Sin embargo, a pesar de aquel saludo nazi en la toma de posesión de Trump, Musk no ha optado por el Führer. Contra todo pronóstico, ha resucitado a Michel de Montaigne, ese escéptico francés que desde su torre en el siglo XVI nos enseñó a dudar de todo, incluso de nuestra propia sombra. Lo más irónico es que Musk seguramente no tenga ni idea de quién es Montaigne (al fin y al cabo, es de suponer que no lea nada sin emojis), y, aun así, lo ha logrado sin proponérselo.
El punto de partida de esta resurrección fue el desmantelamiento del sistema de verificación en X, pero Musk, fiel a su estilo, decidió democratizar el caos cobrando por la verificación. El resultado ha sido un campo de batalla de la identidad: nadie sabe quién es quién, y distinguir entre una cuenta oficial y una falsa requiere un esfuerzo de análisis que haría sudar al propio Montaigne. En este escenario, la mentira ya no necesita esconderse; basta disfrazarla con un filtro bonito y hacerla viral.
Ahora, Meta, la compañía de Zuckerberg (dueña de Facebook, Instagram y WhatsApp), tampoco se queda atrás en este homenaje involuntario a Montaigne. Con su metaverso, un espacio donde lo real y lo virtual se confunden como las luces de una discoteca barata, ha logrado que la identidad sea aún más opaca. ¿Ese avatar que te sonríe en el espacio virtual es una persona real o un bot diseñado para venderte criptomonedas? ¿La fiesta que organiza Meta es un encuentro social o un sofisticado experimento de extracción de datos? Aquí también, la única salida es la duda. Pero cuidado: una cosa es dudar y otra caer en el nihilismo corrosivo, ese estado en el que todo vale lo mismo y nada importa. Y si Montaigne ha vuelto, no ha sido para naufragar en un metaverso sin alma.
En su época, Montaigne se encerraba en su torre de Burdeos a escribir ensayos para explorar la duda como método, cuestionando todo dogma, autoridad o certeza que se le pusiera delante: «¿Qué sé yo?», se preguntaba el filósofo. Y con esa afilada pregunta, desarmaba certezas. Hoy, en cambio, la duda no se elige: nos golpea con cada tuit, cada avatar, cada verdad sospechosa que asoma en nuestras pantallas. Cualquier usuario de X se ve obligado a hacer lo mismo, pero a un ritmo frenético, sin espacio para la reflexión. La duda ya no es un lujo intelectual, sino una herramienta de supervivencia en un mundo donde el pánico digital y la necesidad de estar informado en todo momento compiten entre sí.
El problema es que mientras Montaigne dudaba para acercarse a la verdad, los supermillonarios que gobiernan nuestras pantallas han transformado esa misma duda en un sistema rentable para vender suscripciones premium. La ironía es flagrante: Montaigne defendía la verdad como un horizonte, como algo inalcanzable pero siempre deseable. X y Meta, en cambio, han hecho de ella no solo un arma de desinformación masiva, sino también un modelo de negocio. Y lo han logrado tan eficazmente que, en lugar de vivir sus propias vidas, millones de personas pasan más tiempo preguntándose si lo que leen es cierto. «¿Qué sé yo?». Mejor no sepas nada.
Tal vez todo esto sea un gran experimento de estos titanes tecnológicos. Quizá nos estén poniendo a prueba: ¿seremos capaces de adaptarnos al caos? ¿Podremos sobrevivir a la era de la desinformación sin perder del todo el juicio? Lo cierto es que, en esta época de posverdades, cada uno de nosotros debe convertirse en un pequeño Montaigne, practicando un escepticismo saludable para no ser arrastrado por la marea de bulos y de medias verdades que proliferan. La diferencia es que ahora, en lugar de escribir desde una torre, estamos perdidos en un desierto digital lleno algoritmos y notificaciones.
Claro que, al final, puede que Montaigne no sea el único resucitado. En algún oscuro rincón de la fachosfera, entre memes de gatos y teorías conspiranoicas, tal vez Hitler y Goebbels estén disfrutando del espectáculo. Y quizá Musk ni siquiera se haya dado cuenta.
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