Opinión

Los tecnomagnates son sobrehumanos

Es erróneo descartar a Musk y familia como meros ‘hooligans’ de Trump, omitiendo sus aportaciones trascendentes y que son personas diferentes

Los milenarios propietarios de las redes sociales y páginas webs más importantes.

Los milenarios propietarios de las redes sociales y páginas webs más importantes. / .

Empiezan a escasear los magnates hechos a sí mismos. Más de una de cada tres nuevas incorporaciones a la lista de milmillonarios ha obtenido su fortuna heredándola, una tendencia de imparable ebullición. El arrinconamiento de los innovadores frente a quienes se han limitado a industrializar mecanismos tradicionales, véase la transformación del turismo en ganadería intensiva, ha llevado a Oxfam a bautizar al gremio como «Tomadores y no Creadores». Se sitúa a un paso de acusarles de sustracción, en su informe lloriqueante más reciente.

Era difícil prever la tesitura de tener que defender a quienes son más inteligentes y atrevidos que el resto de la población, pero la evanescente hostilidad hacia los tecnomagnates está desenfocada. No son mejores que el resto de los bípedos, pero también son sobrehumanos. No se les puede aplicar el reglamento del pensamiento tradicional. Han condenado a los filósofos a la redacción de manuales sofisticados de autoayuda, de Zizek a Onfray. Han liquidado incluso la herencia de los pensadores de la nueva física, de Einstein a Richard Feynman. Su lógica es diferente y muy elaborada pero no libresca, conviene aceptarlo incluso para combatirles.

Un par de interrogantes bastan para desmantelar el desprecio de moda a los tecnomagnates. ¿Trabajaría usted para Elon Musk?, ¿aceptaría su invitación a cenar?, ¿respondería al teléfono, si al otro lado del satélite se hallara el empresario de Tesla? Una sola respuesta afirmativa desbarata la convicción de que los reyes digitales son los jinetes de Armagedón. Sin embargo, resulta más difícil y provechoso aproximarse a su extravagante manera de utilizar el cerebro.

Empezando por los logros, Musk ha proclamado presidente de Estados Unidos a Donald Trump, pero no es la mayor de sus hazañas. Resulta más erróneo que simplificador descartar al sudafricano y familia tecnológica como meros hooligans del clown de la Casa Blanca, omitiendo las aportaciones trascendentes del gremio y ocultando sobre todo que son diferentes. No se les debe reducir a su accidental condición humana.

Jon Stewart, el depurador del informativo humorístico televisado, resumía que en los metros cuadrados del Capitolio ocupados por Zuckerberg y compañía «se concentraba el treinta por cien de la riqueza de Estados Unidos y el cien por cien de la información». Cierto pero engañoso, porque supone de nuevo ingresar a los tecnomagnates en el escalafón de la oligocracia apolillada. El dinero es una consecuencia, y sobre todo una concesión a quienes no entenderían otro idioma.

No los conocemos personalmente ni tendremos nunca la oportunidad de acceder a ellos, pero disponemos de exhaustivas biografías labradas desde la intimidad absoluta con el personaje. Cuesta evitar la palabra genios al leer Steve Jobs o Elon Musk de Walter Isaacson, pero sobre todo ante la cautivada Hacia el infinito: Ascenso y caída de Sam Bankman-Fried de Michael Lewis. Transmite la impresión de que se encarceló al mago de las criptomonedas de FTX porque su inteligencia abusiva y disparatada podía desencadenar un cataclismo en cualquier dimensión.

Un paréntesis para sistematizar. ¿Quiénes son los posibles antecedentes intelectuales de los tecnomagnates? Probablemente pensadores como Benoît Mandelbrot. No conviene olvidar que el inventor de la fractalidad o fatalidad rugosa había trabajado en IBM. Al entrevistarlo, te sorprendía con mazazos como «si crees que comprendes, nunca avanzarás» o «la noche es muy corta si has dormido bien». En aquel momento sonaban extraterrestres, pero estaban alimentando el ciclo intelectual hoy vigente. Y tampoco conviene olvidar que Jobs o Musk adhieren al biógrafo Isaacson a sus vidas porque antes había firmado el triunfal Einstein: su vida y universo.

La mitomanía singulariza a Taylor Swift y vulgariza a los auténticos creadores de la actualidad. Por si esto fuera poco, los tecnomagnates son el fruto de un brutal mecanismo de selección, más fiero que el existente en el deporte de élite. Ningún campeón aceptaría que se cuadriculara su agenda en fragmentos de cinco minutos, como hace Musk. Y se llega así a otra incógnita genética. ¿Quiénes son los posibles antecedentes personales del selecto sindicato? No tanto los profesores como los padres. A menudo son hijos de la élite intelectual, abandonaron las universidades más prestigiosas pero no se desligaron de sus progenitores, distorsionaron la herencia polemista que les habían inculcado en casa. Son hijos de la conversación exigente.

El drama del mundo actual no radica en el poder o fortuna de los tecnomagnates, sino en que la vida se les ha quedado pequeña a estos superdotados. Meta o Marte son las hipóstasis de una realidad acentuada. Los pioneros han cambiado tantas cosas que se niegan a aceptar que su frenesí no va a ahorrarles la muerte. Su apuesta a la desesperada por la Inteligencia Artificial olvida que la revisión exhaustiva de cada dato multiplica los errores, debido a que la energía necesaria para alcanzar la cumbre del conocimiento genera por ley una entropía más dañina que el orden logrado. Escaparán a Dios/God, pero no podrán con Gödel. Y son incapaces de aceptarlo.

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