Opinión
¿Economía del futuro, soluciones del presente?

Tratado UE-Mercosur. / Portal del Ministerio de Economía, Comercio y Empresa
Singapur, hotel céntrico. Categoría, cuatro estrellas. Tipología de clientela: «business», de negocios. Mayormente europea, asiática y norteamericana. Un usuario habitual entra en el gigantesco «lobby». Va directo a una de las máquinas de auto «check-in» que, en majestuoso semicírculo, dan la bienvenida al viajero. Con el código QR que la cadena le facilitó al reservar por Internet, en poco tiempo obtiene toda la información que necesita: número de habitación, su localización dentro del edificio y la combinación de un solo uso para entrar en la cámara. Sin mediación humana alguna.
Al llegar, le espera un habitáculo climatizado y una pequeña pantalla que deberá conectar. Le aguardan sus datos personales, ya recogidos durante la eficiente reserva . Firma con el lápiz digital: el registro ha acabado. Autoriza la utilización de su tarjeta de crédito. Mientras se quita los incómodos zapatos, reflexiona: con la IA, ha ganado una hora larga en trámites burocráticos.
Conecta el televisor de gran formato: sale por defecto el canal del hotel. Donde se le informa que puede seleccionar mesa y menú para el desayuno. Como el precio no es desorbitado y no hay sobrecoste de servicio, así lo hace. También se le recuerda que, por favor, no deje sus pertenencias esparcidas por el suelo de la cámara, a la par que cuando la abandone apriete el botón rojo situado al lado de la puerta. Sonríe: sabe el motivo. A la mañana siguiente, se dirige al comedor. Durante el camino, se cruzan en su camino unas extrañas máquinas de aleación metálica, rectangulares, (deben medir un metro de alto y largo por medio de ancho) oscuras. Son aspiradores automatizados. Tan sólo destaca su frontal, donde hay una pantalla led: «working», trabajando. Pueden laborar todo el día. De noche, los trasladan a los salones del establecimiento. «Menos contratos laborales», piensa el residente, mientras arriba al comedor. Allí una simpática chica le acompaña hasta la mesa. Al tiempo, presiona una especie de Ipod. Al cabo de muy poco, un aparador andante se presenta con su desayuno. Sabedor del ingenio, nuestro amigo recoge su comanda. Solícita, la camilla se despide mediante su pantalla: «have a nice day, sir». Al acabar, vuelve a la habitación. La última brigada de aspiradoras la ha dejado impecable. Por ser cliente habitual, el director le explicó el funcionamiento de limpieza. «Primero entran las mujeres: hacen la cama y el aseo. Acto seguido, una succionadora de polvo más pequeña que las usuales recorre la estancia. En las salidas, un hombre repasa las esquinas con una extensión conectada a una máquina situada en el centro del corredor. El objetivo es que entre dos y tres personas limpien dos plantas al día. Exceptuando la temporada de congresos, esa «ratio» no es habitual. Tenga en cuenta que las trabajadoras tan sólo repasan camas y aseos».
El último día, nuestro amable viajero paga sus gastos extra. Previa conexión al canal corporativo de la cadena y estampado de su firma electrónica. Un aviso mediante mensaje predeterminado avisa a «Dolly» - nombre ficticio de la enorme computadora que va repartiendo trabajo y horarios en todos los hoteles de la enseña - su partida del edificio. El equipo de limpieza puede empezar su trabajo.
En el taxi, el veterano profesor de economía enumera cuántas personas diferentes ha podido registrar en el hotel durante tres noches de pernoctación: no más de seis. Contando el personal de cocina, pueden prestar sus servicios más de veinticinco personas. Como mucho, y por aquello de los turnos, cuarenta. Mira la factura, emitida por un enorme servidor central corporativo sito en otro país, y no por un equipo de contabilidad autónomo: «un buen negocio. Sin demasiados cargos intermedios: cargos básicos y la dirección. Domotizado hasta el extremo. Es un Plan de Negocio cuestionable, pero rentable».
El relato que acaban de leer es la transcripción del viaje que un catedrático de Economía de la Salud de la London School of Economics hizo a Singapur hace dos meses. La reflexión es que, como siempre o casi siempre, Asia va un paso o dos por delante de Europa. Continuaba dicho economista en que el campo en que más y mejor pueden invertir los empresarios europeos es en IA. Exactamente, en domótica, robótica y economía de procesos. Impulsando la logística centralizada e implantación ( en algunos casos, reafirmación ) de la economía de escala. Aún así, los hombres de negocios del Viejo Continente - no tan solo los vinculados al turismo - se verán en inferioridad frente a sus grandes competidores a día de hoy: Asia, América… y la amenazadora África.
Mientras tanto, en España, no son pocos los agentes sociales que aún creen en los remedios del s.XX para el s.XXI. A pesar de que, desgraciada o venturosamente, los parámetros - próxima jubilación de buena parte de la fuerza laboral, sin ir más lejos - hayan mudado mucho. Quizás vaya siendo hora de ser valientes y afrontar nuevos retos. Aunque «a priori», no gusten.
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