Opinión | Escrito sin red
Un espectáculo grotesco

Santos Cerdán, principal interlocutor del PSOE con Junts, habla con Pedro Sánchez y María Jesús Montero en el Congreso. / JOSÉ LUIS ROCA
Tras la derrota parlamentaria del decreto ómnibus de la pasada semana, después de negarse a trocearlo, como pedían PP y Junts, Sánchez escenificó la cháchara de costumbre: la culpa de la derrota que iba a dejar sin revalorización de las pensiones a los jubilados era del PP. Ni una mención al voto en contra de sus aliados de Junts, que son los verdaderos culpables de la derrota. La política está dividida entre los buenos, comandados por ese corajudo líder del progresismo y de la resistencia europea al supremacista Trump, y los malos de la derecha y la ultraderecha dirigidos por Feijóo y Abascal. Pero el malo de verdad es Feijóo. Ahora resulta que la responsabilidad de que haya presupuestos o dinero para los jubilados no es del Gobierno, sino de la oposición, contra la cual anuncian manifestaciones los sindicatos. En un país normal el Gobierno presenta los presupuestos en tiempo y forma, como dice la Constitución. En un país normal, si el Gobierno no consigue aprobar los presupuestos convoca elecciones generales. Ergo, España no es un país normal. Además, la oposición es tan destructiva que, en vez de aprobar lo que presenta el Gobierno al otro lado del muro, vota en contra de todo un escudo social multiforme que abarca desde las pensiones y las ayudas a Valencia y La Palma, las ayudas al transporte, a la cesión de un palacete en París al PNV, la subida de impuestos y la prohibición de los desahucios a los okupas, hasta un total de 80 medidas. O se vota lo que dice el tirano, todo el decreto ómnibus, o los pensionistas se quedan sin revalorización. Dice el farsante, con gesto compungido, que el PP causa dolor social. Aquí es preciso resaltar, por contraste, la senda de seriedad moral por la que Sánchez conduce al país.
Sánchez precisó que «un gobierno puede perder una votación parlamentaria pero no nos resignamos a que pierda la mayoría social». A propósito de esta cuestión, se ha hecho pública una encuesta de GAD3 en la que se contempla la siguiente distribución de escaños en unas hipotéticas elecciones generales: PP, 151 escaños; PSOE, 109; Vox, 44; Sumar, 11; Podemos, 4; Junts, 8; ERC, 7; Bildu, 7; PNV,6; BNG, 2; CC, 1. Lo que concedería una mayoría aplastante de PP y Vox de 195 diputados. Según la encuesta el Gobierno no sólo no dispondría de mayoría parlamentaria, tampoco de mayoría social. Pero para esa circunstancia colocó Sánchez a Tezanos en el CIS, que sigue colocando al PSOE como el ganador en intención de voto. A continuación, dijo que volvería a presentar el decreto con el total de las 80 medidas puesto que consistía en un escudo social coherente que no podía trocearse. Desde ese momento hasta el martes por la mañana de esta semana todos los ministros y ministras, repetían a coro esta consigna, como si fueran autómatas mecánicos reproduciendo la voz del puto amo. ¡No pasarán! Remachaba la inefable Yolanda Díaz. A todo eso, Sánchez cerró el congreso del partido en Canarias proclamando su determinación de aprobar el decreto ómnibus en su totalidad, sin trocearlo, para lo cual buscaría los votos «¡hasta debajo de las piedras, claro que sí!».
No se había amortiguado aún la vibración sonora de las palabras del ministro Luis Planas el martes, reiterando la imposibilidad de trocear un decreto ómnibus que era un todo coherente, con todo el consejo de ministros a la espera del resultado de la negociación con el prófugo de Waterloo, cuando salió humo blanco de las chimeneas de La Moncloa: «Habemus decretum». Pero no entero, sino troceado y con la inclusión de un aval del Estado a los propietarios afectados por la moratoria a los desahucios exigido por Junts; además, aceptando la exigencia de Junts de tramitar la proposición no de ley de la cuestión de confianza, eso sí, reconociendo la prerrogativa constitucional del presidente del Gobierno. Otra milonga para permitir a Junts escenificar la ausencia de mayoría parlamentaria de Sánchez. Se repite la trágica salmodia de Sánchez. Del no a los indultos, al pacto con Podemos, al pacto con los separatistas, al pacto con Bildu, a la amnistía, al sí a todo ello; del no a trocear el decreto a aceptar trocearlo, aunque sin reconocerlo. Sánchez dice que va a volver a aprobarlo, prácticamente igual, aunque haya pasado de incluir 80 medidas a sólo 29.
Yolanda Díaz va más allá aún en la mentira, se aprobará entero. Y, sin embargo, lo han troceado; pues, ¡sí han pasado!, como en la Guerra Civil. Nos siguen tomando por idiotas, mintiendo y revolcándose en la impostura. Sólo cabe remitirse a un alegato de la inmarcesible Yurena frente a otra tomadura de pelo: «¡No soy Einstein, pero no tengo un pelo de tonta!».
Una Constitución tiene un aguante parecido al de una probeta de acero sometida a tensión. Se comporta de forma proporcional a las exigencias hasta su límite de elasticidad; tras aquellas vuelve a su posición inicial. Pero cuando se traspasa el límite se alcanza la zona de fluencia y con la misma exigencia se desliza hasta el punto sin retorno a partir del cual se va deslizando hasta su destrucción. La Constitución española ha alcanzado el punto de fluencia. Ninguno de los constituyentes pudo prever, en su buenísimo, el poder omnímodo de unos partidos convertidos en agencias de colocación y el asalto al poder de un insensato sin escrúpulos, un autócrata narcisista, un tirano como Sánchez. Ni que un partido como el PSOE se convirtiera gracias al dinero de la política en un perrito faldero de ese tirano. No existe democracia sin partidos, pero tampoco existe sólo con los partidos. Como consecuencia de esas imprevisiones, el marco constitucional adecuado para aquella generación de los constituyentes ha saltado por los aires y la propia Constitución está siendo cambiada por la puerta de atrás. Asistimos al desgaste intrínseco, al agotamiento, del sistema político. Sin que nadie proponga su revisión. El único programa del principal partido de la oposición es la derogación del sanchismo. Pero éste, por muy deletéreo que sea, es sólo un síntoma. El problema radica en el sistema. A ése, ningún partido quiere cambiarlo. Cientos de miles de sus beneficiados viven, y quieren seguir viviendo, de él.
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