Opinión | En aquel tiempo

¿Por qué sucede lo que sucede?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. / CHRIS KLEPONIS / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Es evidente que una forma de entender la vida de talante conservador y en ocasiones ultraderechista, está arrasando en el conjunto del planeta, poniendo en jaque a las democracias más consolidadas, algunas tras un tiempo de dolorosas experiencias por las décadas totalitarias del siglo pasado. Así, de pronto, pareciera que una especie de «nuevo espíritu de época» nos sacude y traumatiza a quienes hemos trabajado para una sociedad del bienestar en un clima de libertades en todos los ámbitos. Está claro, además, que nuestras sociedades vivieron décadas de optimismo porque la economía parecía galopar sin freno alguno y la cuestión de la lucha de clases había desaparecido… eso decíamos. Pero algo estábamos haciendo mal, muy mal, para que en pocos años tanta prosperidad y esperanzas se hayan derrumbado y el fantasma de la desigualdad retorne, junto a un fenómeno completamente descolocante como es la inmigración. Que más allá de opiniones contradictorias, nos determina en tantos ámbitos. La gente se siente insegura, porque la cesta de la compra sube y sube, porque las clases medias se tambalean, porque los grandes delincuentes aumentan su poder social, pero sobre todo por la creciente desigualdad económica, que repercute en vidas y haciendas. El asunto de la vivienda es solamente un detalle de este conjunto desgarrador. Y de pronto, el señor Trump se convierte en el gran zar de Occidente, y propone unas medidas que hacen temblar a los demócratas sin excepción. Pero que aquellos radicales ultras aplauden como si sus ambiciones acaban de encontrar su líder necesario. Duele, pero es así.

Pero en estos momentos, tenemos la tentación, en la que ya estamos cayendo, de dedicar nuestros esfuerzos a intentar demoler al adversario prepotente en lugar de preguntarnos por las verdaderas causas de este desastre que va en aumento. Mientras golpeamos a estos nuevos dueños, nos golpeamos a nosotros mismos. Y ahí está la causa verdadera de nuestra desolación. Que ha explotado en Davos, por ejemplo. Nuestros líderes se han encontrado con un muro de hormigón armado, determinado, además, por las palabras del zar, quién no ha dejado a nadie en la ignorancia: está dispuesto a apretarnos en las tuercas en la medida en que le opongamos resistencia. Y ahí quería llegar.

Llegamos a una situación en que nuestro Presidente, llevado de su proverbial egolatría, quiere erigirse en capitán de un barco en el que desea congregar al conjunto de las democracias golpeadas por la nueva situación, y ya no ha dudado en demostrar su alergia por el nuevo mandamás de la gran potencia. Tengo la sensación, porque me recorre el cuerpo, de que Sánchez una vez más está en situación muy resbaladiza: nadie le ha otorgado tal grado de capitán y nadie tiene esperanzas fundadas tras lo que ha provocado en España. Su afán de erigirse en adversario oficial de la ola reaccionaria, puede pasarle factura y de paso pasárnosla a todos nosotros. Porque una cosa es discrepar de los nuevos dueños del mundo y otra muy diferente pretender hacerles frente con municiones de corto alcance. Nadie lo seguirá, como no sean esas grandes potencias que, para colmo, tampoco son modélicas de gestión democrática. No solo los aranceles están a la espera, porque las relaciones diplomáticas pueden enfriarse, sin que los demás miembros del grupo se den por aludidos. Seguro que Sánchez reconoce perfectamente la situación, pero tiene que demostrar en casa que permanece como vigía de Occidente, caiga quien caiga. Impertérrito.

Pienso que sería un excelente momento para llevar a cabo dos actividades políticas. En primer lugar, preguntarnos cuál es nuestro lugar en este momento histórico, más allá de presunciones ególatras. Y además, en segundo lugar, adónde puede llevarnos al resto de los españoles en su deriva protagonística. No creo que sean cuestiones difíciles de entender, y me pregunto cómo es posible que personalidades del socialismo español no protagonizan más advertencias militantes a su líder. Porque la responsabilidad será de todos quienes apoyan esta demolición del sentido común político, en aras de una sumisión personal e ideológica a un gobernante que solamente piensa en permanecer en el poder, caiga quien caiga. Seguro que mis buenos amigos socialistas comprenden perfectamente la situación, y uno espera de su inteligencia y sentido de estado que procedan a contener ese afán de capitanear la nave de los insumisos ante la ola reaccionaria que nos ocupa. No es el momento de erigirse en líder de nada, antes bien de hacer política dialogante para evitar males mayores. Podrá doler, como a tantos nos duele la situación, pero el criterio de realidad es el que nos hace libres. Lo demás son algaradas adolescentes, que solamente se convertirán en brotes de acné para vergüenza y malestar ciudadano. Convendría advertirle del problema, al Presidente.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents