Opinión
Venezuela: una transición complicada

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, durante una coferencia en el palacio de Miraflores (Caracas). / 'activos'
Día diez de enero, y en el marco de la Asamblea Nacional, Nicolás Maduro Moros juró como nuevo presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Convencido de que todos los hechos acaecidos antes, durante y después de las elecciones del veintiocho de julio del pasado año han quedado , tras su ratificación como Jefe del Estado, olvidados. Impunes.
No se da cuenta el chavismo (si es que algo queda del espíritu de Hugo Chávez Frías en sus actuales dirigentes ) de que la geopolítica internacional no puede o está dispuesta a soportar las mismas derivas que las habidas en 2019, fecha de las penúltimas elecciones presidenciales venezolanas. Tampoco la oposición es comparable a la de entonces: el dúo opositor formado por María Corina Machado Parisca y Edmundo González Urrutia tiene hoy mucha más credibilidad - tanto nacional como internacionalmente hablando - que la que tuvo Juan Gerardo Antonio Guadió Márquez en su momento.
Fiabilidad basada en diversos aspectos. Por un lado, una cohesión mucho más sólida que hace un lustro. Pese a los diversos intentos para dividir a sus líderes . Por otro, exhibe un músculo transnacional sin precedentes: la resistencia al Gran Polo Patriótico ya no es un asunto que concierne a unas determinadas élites caraqueñas. O, como mucho, de las grandes ciudades industriales. Hoy en día, la oposición es mayoritaria en casi todo el territorio nacional. En tercer lugar, su transversalidad social es más que notable: de ahí los resultados electorales. El Partido Unido Democrático no tiene tan sólo aroma a Parque Central - uno de los distritos más pudientes de la capital - sino que es fuerte desde los arrabales de Maracaibo a los de San Cristóbal.
Hay otro punto de suma importancia: la legitimidad de la bancada opositora. Baza a la que el aparato chavista no puede aspirar. Al publicar las actas que tenía en su poder, el PUD lanzó dos mensajes: A) su coalición ganó la cita electoral de una manera limpia e incontestable, abarcando un amplio espectro de la geografía venezolana. B) su organización estaba (y está) implantada en tradicionales feudos chavistas: los otrora símbolos de la revolución bolivariana - Petare, Aragua, Cojedes - registraron en los citados comicios unos sorprendentes resultados electorales. Proclamándose el PUD como partido ganador en la mayoría de dichos distritos y estados.
Ante esta demostración de civismo y sentir democrático, el aparato del régimen no hizo más que reprimir toda manifestación reclamando el cumplimiento del mandato popular. Aún hoy se ignora a ciencia cierta el número de víctimas mortales entre quienes pidieron en las calles el respeto a los resultados electorales. También la cifra de mujeres violadas. Según Human Rights Watch, centenares de casos comprobados, pueden ser muchos más. Juzgue el lector si es muy normal el hecho de que la defensa de la revolución bolivariana pase por encima de los más elementales derechos de la mujer.
Es ciertamente obvio que una de las razones por las cuales el chavismo se aferra al poder es el elevado es tren de vida al que se han acostumbrado sus dirigentes. Y, más concretamente, el entorno de la familia Maduro. En las investigaciones sobre su patrimonio publicadas durante los últimos meses, apellidos como Ferrari, Vuitton o Gucci se suceden, así como nombres clásicos como Rolex o Brabus. También lugares muy familiares para los españoles, tales como Dubái, Panamá o la Isla de Man. Algo huele a podrido en Venezuela.
Queda por ver si los países desarrollados y llamados «demócratas» seguirán permitiendo dicho hedor. La Unión Europea no puede permitirse seguir con su calculada ambigüedad respecto al drama que está viviendo buena parte del pueblo venezolano. Los Estados Unidos, por su parte, no deberían seguir con su particular doble rasero: pedir mayores dosis de libertades ciudadanas en según qué países - o exhibirlas en su territorio - y negarlas «de facto» en otros. Escudarse en la no injerencia ante el evidente atropello de los más elementales derechos humanos debería ser motivo de reflexión.
No obstante, algo ha cambiado en Venezuela durante el casi cuarto de siglo que el movimiento bolivariano lleva en el poder. En caso de llegar al Gobierno, sería ilusorio intentar volver a la situación de 1990 por parte de la ahora oposición. Debe tenerse en cuenta. Bien o mal - ésa es otra cuestión - se han llevado a cabo políticas sociales. Una alfabetización general e universal, sin ir más lejos. Otro país ha surgido, muy diferente al que los Lusinchi, Vargas o Cisneros dejaron. Por ello, no es aventurado pronunciar que, de producirse, la transición venezolana no será en absoluto sencilla. Ni obviamente rápida. Cuestión de tiempo y paciencia.
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