Opinión | El trasluz

Regular tirando a malo

De Francisco Umbral se decía que escribía como el que mea. No recuerdo si lo decía él mismo, pero siempre me pareció una comparación odiosa

La fluidez no garantiza la calidad.

La fluidez no garantiza la calidad. / iStock

Hay días en los que yo estoy rápido y el ordenador está lento y días en los que yo estoy lento y el ordenador está rápido. Lo raro es que nuestras velocidades coincidan. Cuando coinciden, la escritura va como una seda. Las oraciones caen en cascada, unas detrás de otras, siempre en perfecto orden, incluso si lleno el párrafo de subordinadas. El problema es que, al repasar el texto al día siguiente o a los dos días, no me gusta. La fluidez no garantiza la calidad. Prefiero los textos escritos con la dificultad de las dos velocidades antes mencionadas. Me ocurre algo parecido con la realidad. Hay temporadas en las que apenas se producen desacuerdos entre ella y yo. Son temporadas en apariencia dulces, pero algo vacías. No digo que no las eche de menos cuando las cosas vienen peor dadas, pero del mismo modo que echo de menos las dificultades cuando desaparecen por completo.

He contado en alguna ocasión el caso de una alumna del taller de escritura que escribía bien. Quiero decir que escribía correctamente, y sin sufrimiento alguno. Escupía folios como el que saliva. De Francisco Umbral se decía que escribía como el que mea. No recuerdo si lo decía él mismo, pero siempre me pareció una comparación odiosa. Lo que quería decir, en todo caso, es que la escritura, para él, no pasaba de ser un suceso fisiológico. Cuesta creerlo. Por lo demás los sucesos fisiológicos resultan por lo general ásperos a la vista y al olfato. No es buena, en fin, la comparación entre el hecho de sudar y el de escribir.

Le pedí a esta alumna que intentara escribir mal, a ver qué pasaba, y mejoró mucho, incluso muchísimo. Sus textos adquirieron un carácter reflexivo del que carecían antes.

-Pero me cuesta mucho escribir mal- se quejaba.

-Tú sigue haciéndolo hasta que doblegues la facilidad.

Me hizo caso y produjo a lo largo de la duración del taller piezas muy meritorias, llenas de un extrañamiento que a todos nos producía admiración.

Hace un par de días, recibí su primera novela, que me apresuré a leer con curiosidad. Comenzaba bien, pero enseguida de dejaba llevar por la facilidad que le era innata, por la fisiología, podríamos decir, de modo que las páginas buenas alternaban con las correctas y, en consecuencia, previsibles. El resultado global me pareció regular tirando a malo. No sé cómo decírselo.

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