Opinión | Al azar

O sea que Pallete tenía fallos

José María Álvarez Pallete

José María Álvarez Pallete / ARCHIVO

La destitución, por no emplear una palabra más brusca, del presidente de Telefónica ha abortado mi proyecto literario. El libro de indudable valor iba a titularse ‘Pallete, el hombre perfecto’. Durante una década, José María Álvarez-Pallete ha carecido de fallo alguno, no solo desde el punto de vista económico. Elon Musk le supera en fortuna, pero Mister Tesla se somete a un volumen de críticas que casi justifica su fortuna. En cambio, al expresidente de Telefónica no se le conocía una sola carencia o deficiencia.

Los abundantes textos laudatorios sobre Pallete no solo destacaban su infalibilidad o se admiraban de que participara en maratones, sino que parecían dispuestos a correr esa distancia en su nombre para aliviarlo. Providencial era un adjetivo escaso para una persona a la que debíamos adorar, ante la imposibilidad de imitarlo y mucho menos igualarlo. Con mi libro a punto de ser enviado a las editoriales más prestigiosas, el castillo se ha desmoronado. De repente, el inmaculado es de carne y pincha en hueso. Se le golpea con el hundimiento de la acción de su empresa, se atizan incluso casos de corrupción en Venezuela, lástima no haberlo sabido antes. Me niego a pensar que el ensañamiento tenga algo que ver con la súbita pérdida de su cargo ejecutivo, porque esta simultaneidad no hablaría muy bien de los enemigos sobrevenidos.

Retiro mi Ópera Magna del mercado y aprovecho para extenderle mis simpatías a Pallete, porque es cruel derramarle una catarata de errores tras una década en los altares. Su caso es apenas un ejemplo de los personajes a quienes hay que adjuntar el asterisco de inviolables. No todas las personas pueden presumir como Pallete* de haber gozado de un remanso de invulnerabilidad, siempre temporal. Cuando el personaje elevado a los altares recupera la condición mortal, sus escoliastas reniegan de haber saboreado cada uno de sus gestos como un néctar de ciencia infusa. Le ocurre a un campeón de tenis, imaginen a un vulgar alto ejecutivo. Obliga a ponderar, eso sí, el poder acumulado por el presidente del Gobierno capaz no solo de destituir a un semidiós, sino sobre todo de humanizarlo.

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