Opinión
El derecho a reivindicar el orgullo charnego
Colea la polémica por el discurso de Eduard Sola en la gala de los premios Gaudí
El independentismo furibundo ha interpretado sus palabras como una afrenta

Eduard Sola en los Premis Gaudí.
Ha pasado casi una semana y sigo sin entender el porqué del escozor. Me refiero a los premios Gaudí, a la polvareda que ha levantado en la redes el discurso de Eduard Sola durante la gala por abrazar su orgullo charnego. En el alegato de agradecimiento, el guionista de la película Casa en flames recordó que su abuelo andaluz era analfabeto y que él, en cambio, ha podido dedicarse a escribir gracias a algo que llamamos progreso. Celebró la escuela pública y los mecanismos de una educación que funcionó como ascensor social. No dijo nada ofensivo ni disparó contra nadie. El guionista estaba contando su historia, que podría extrapolarse a la de tantas otras familias que tuvieron que abandonar sus pueblos de origen en la inmediata posguerra, azuzadas por el hambre, la miseria y la falta de oportunidades. En Catalunya y en el País Vasco se necesitaba mano de obra barata.
Andaluces, extremeños, murcianos, gallegos, aragoneses, castellanos con una mano delante y la otra detrás. Vivencias de desarraigo, sobreesfuerzo y dolor. El sindicalista José Luis López Bulla, nacido en un pueblo de La Vega de Granada, rememora en un capítulo especialmente emotivo de las memorias Cuando hice las maletas el día en que un amigo, Antonet Martí Bernasach, le dijo: «Nen, vine a dinar a casa el diumenge». Sintió un escalofrío de emoción en el espinazo. ¿Cómo?, ¿había entendido bien? Era la primera vez que un catalán lo invitaba a su guarida. Antonet vivía en Arenys, y de camino a su domicilio se escuchaba el continuo traqueteo de overlocks, tricotosas y remallosas; a finales de los años 60, en cada casa había una fabriqueta. El joven granadino llevó un ramo para la esposa de su amigo, de margaritas, que siempre son agradecidas «en las casas de los pobres». La hija del matrimonio no se encontraba; había ido a almorzar a la casa de los padres de su prometido, «un xicot castellà com tu».
López Bulla, primer secretario general de Comisiones Obreras de Catalunya, a quien la Universitat de Barcelona rindió ayer homenaje, retrata a Antonet como el arquetipo de «una generación de extraordinarios plebeyos catalanes»: habían perdido la guerra pero no se resignaron: tomaron aire, levantaron la cabeza y difundieron la palabra, sabiendo «lo fundamental de tirar para adelante».
Por supuesto que hubo catalanes pobres, analfabetos y de clase baja, hombres y mujeres forjados en el sacrificio y la austeridad. ¿Quién dijo lo contrario? Los del barquito y la casa en la Costa Brava son otra película. Eduard Sola solo estaba ejerciendo el derecho a reivindicar su historia, como López Bulla contó la suya. Interpretar sus palabras como un ataque al catalanismo político responde a un malentendido o, peor aún, a una tergiversación deliberada por parte de ciertos sectores independentistas resentidos por el fracaso del procés. La controversia -es curioso- se produce en vísperas del centenario de Paco Candel, autor del célebre ensayo Els altres catalans (1964), una expresión afortunada que pretendía ser inclusiva en la diversidad.
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