Opinión

Trump: nuevo orden, viejos conflictos

Donald Trump muestra la firma de sus órdenes ejecutivas en su primer día de mandato

Donald Trump muestra la firma de sus órdenes ejecutivas en su primer día de mandato / MATT ROURKE/ AP

La relación de Europa con Estados Unidos se define por un doble complejo. Por un lado, el tradicional complejo de superioridad del Viejo Continente, que acumula siglos de historia y es el autor de las grandes ideas que han hecho avanzar al mundo occidental. Al final, somos el continente de la cultura griega, los códigos penales romanos, el legado judío, el enciclopedismo, la revuelta luterana... Pero también tenemos disparado el complejo de inferioridad, cuando la zona oscura de nuestro pensamiento nos ha obligado a llamar a la puerta de EEUU para salir de nuestras miserias. Si somos la Europa de la Ilustración, también somos la Europa del colonialismo, el estalinismo y el nazismo, las tres grandes lacras de la historia reciente. De hecho, desde el nazismo, Europa ha necesitado siempre la ayuda norteamericana para salir del agujero, y esta evidencia nos remueve las entrañas. Despreciar a EEUU y necesitar a EEUU, este es el dilema que marca el relato público europeo.

Debe de ser por este doble complejo que tendemos a analizar la política norteamericana desde el prisma de nuestras obsesiones y no desde el análisis de la situación. Siempre queremos escoger el habitante de la Casa Blanca, casi siempre nos equivocamos de diagnóstico, y siempre nos permitimos despreciar a los que no nos gustan. El caso Trump es de manual. Lo hemos despreciado y reducido a un simple meme, ideal para curar nuestra eterna frustración de sufrir el estigma de la mediocridad política. Y es cierto que Trump ayuda, con su histrionismo desaforado, su exceso dialéctico y la militancia en el personaje que él mismo se ha creado. Pero Trump no es el político reducido a la pura caricatura que hemos creado desde la superioridad europea. Al contrario, es un personaje importante que puede darnos alegrías y disgustos, pero que marcará una nueva era en el panorama internacional. Y no me refiero solo al impulso que puede dar hacia los sectores más ultra de la política europea, el éxito de los cuales, por cierto, no viene de la manita maligna de Trump, sino de la incapacidad manifiesta de los políticos de los grandes partidos centrales europeos, que llevan décadas fracasando ante los retos que nos plantea el momento actual. Vox no nace gracias a Trump, Le Pen no sube gracias a Trump, Orbán no se consolida gracias a Trump, si bien es más cómodo cargar con el mochuelo al extravagante muchacho de Queens. Como siempre a lo largo de la historia, las miserias de Europa son culpa de Europa.

Más allá de nuestra tendencia a sesgar la mirada cuando la dirigimos a EEUU, ciertamente Trump ha venido para cambiar el paradigma mundial, y en cuanto a la política internacional puede transmutar -en positivo- los equilibrios que marcan la geopolítica. Hay tres retos que Trump quiere asumir en este segundo mandato, empujado por la prisa de tener la última oportunidad para entrar en la historia. En la historia con mayúsculas, en la cual solo se entra cuando se resuelven los grandes conflictos. De hecho, es muy probable que su sueño húmedo sea conseguir el Nobel que ya tiene Obama. Esta idea, que en los cenáculos mediáticos europeos puede parecer estrafalaria, es algo más que un propósito en el entorno del nuevo presidente.

¿Qué puede cambiar la era Trump, en el gran tablero del mundo? La respuesta marca tres horizontes: China, Israel/Palestina, y Ucrania. Por un lado, Trump quiere frenar el dominio económico y geoestratégico de China, responsable de reforzar a Putin, mantener a Maduro, ayudar a Irán y rescatar del ostracismo a Corea del Norte. En la situation room de la Casa Blanca, China es algo más que la cuestión de los aranceles. En referencia a Ucrania, parece claro que Trump conseguirá el fin de la guerra, con concesiones dolorosas a Rusia que, de hecho, hace tiempo que ya ha ganado. En este punto, la inoperancia de Biden ha sido tan notoria como inexistente la capacidad de acción europea. Y respecto a la madre de todos los conflictos es evidente que Trump quiere culminar los Acuerdos de Abraham con la firma Arabia Saudí-Israel, que comporta flecos relevantes: una resolución solvente para la cuestión palestina y la debilidad definitiva del régimen de los ayatolás, ya notablemente herido. Estos son los grandes retos de la era Trump y parece que quiere entrar a fondo. Si los resuelve, cambiará el paradigma del mundo. ¿A mejor? ¿A peor? No lo sabemos, pero sí sabemos una cosa: hasta ahora todo esto iba muy mal.

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