Opinión | Tribuna

Inundaciones e ingeniería forestal: mucho que aportar

Dana en Valencia.

Dana en Valencia. / JM López

Las terribles inundaciones de Valencia, provocadas por una DANA el pasado mes de octubre, han golpeado de manera contundente a la sociedad española: un desgarrador número de pérdidas humanas y un impacto social, económico y político que perdurará durante años.

En la memoria colectiva de Mallorca permanecen episodios como las inundaciones de Sant Llorenç en 2018, con 13 víctimas mortales, o las del Llevant de Mallorca en 1989, con 3 fallecidos. Entre 1960 y 2018, un total de 25 personas perdieron la vida en las Illes Balears a causa de estos episodios. Palma sufrió graves inundaciones en 1962, y en 1618 se registró un evento con un alto número de víctimas. Más lejos en el tiempo, «Lo Diluvi» de 1403, según las crónicas, dejó un trágico balance de 5.000 fallecidos.

Ampliando el foco al ámbito mediterráneo español, recordamos las devastadoras inundaciones de 1962 en la provincia de Barcelona, que causaron 973 muertos, y las de 1963 en Almería y Murcia, con cerca de 300 víctimas. Más allá, en la cuenca mediterránea cercana, destacan las del río Po en 1951 y las de Florencia en 1966, con aproximadamente 100 fallecidos en cada caso. Más recientemente, las inundaciones de Argel en 2001 dejaron más de 700 muertos, y las catastróficas inundaciones de Derna, en Libia, en 2023, dejaron 10.000 personas muertas y desaparecidas.

En resumen, las inundaciones han sido, son y seguirán siendo comunes en nuestro entorno mediterráneo. Sin embargo, los episodios futuros podrían ser más mortíferos y causar mayores daños a las infraestructuras debido a dos factores principales: el cambio climático, que intensifica y hace más frecuentes estos fenómenos, y la falta histórica de ordenación del territorio en zonas inundables, las cuales en Mallorca albergan una gran densidad de población e infraestructuras.

Sabemos algo con certeza a día de hoy: la próxima inundación en Mallorca llegará, antes o después, pero llegará. Las zonas inundables están perfectamente cartografiadas, conocemos los cálculos de los periodos de retorno, disponemos de previsiones meteorológicas y contamos con un excelente sistema de respuesta a emergencias. Ante la imposibilidad de controlar los fenómenos meteorológicos, debemos prepararnos para minimizar los daños provocados por las inundaciones, especialmente las pérdidas humanas. Existen múltiples herramientas para ello, desde el urbanismo, la cultura del riesgo, la respuesta a emergencias, hasta la investigación, la ingeniería y, por supuesto, el sentido común.

Aquí es donde la ingeniería forestal tiene mucho que aportar, no tanto en las «zonas inundables», sino en las «zonas inundadoras», es decir, las áreas donde se concentran las lluvias que provocan las torrentadas, que llegarán a afectar a las zonas habitadas.

Soluciones como las correcciones hidrológico-forestales, los diques en torrentes, las repoblaciones protectoras, la selvicultura, la construcción de terrazas con gaviones o mamposteria, y la estabilización de suelos son algunas de las técnicas que ofrece esta disciplina para el control de las inundaciones.

La administración forestal inició en la década de 1940 importantes proyectos de restauración hidrológico-forestal en torrentes como los de Fornalutx y Sóller, en las cuencas del Cúber y Gorg Blau, así como numerosas repoblaciones en cabeceras de cuencas desarboladas.

Además, se construyó una red de diques en los torrentes más problemáticos. Sin embargo, desde hace demasiados años, estas actuaciones con fines hidrológicos han dejado de ejecutarse.

¿Por qué no se realizan estos trabajos en las zonas inundadoras? Existen cuatro razones principales:

a) Una percepción social y política de bajo riesgo ante inundaciones.

b) Una visión urbanita e idílica de las zonas forestales.

c) Una administración ambiental burocratizada, inmovilista y sin visión a medio o largo plazo, donde se prefiere la «no gestión» al «saber hacer».

d) Una administración hidráulica excesivamente lenta, con un enfoque casi exclusivo en la ingeniería civil.

Es fundamental destacar que, si bien las actuaciones de ingeniería civil son cruciales, la incorporación de la ingeniería forestal permite aumentar la capacidad de absorción del agua de lluvia en el suelo en lugar de que se desplace rápidamente hacia los torrentes. Esto reduce la velocidad e intensidad de las «inundaciones relámpago», ganando tiempo para que la población pueda ponerse a salvo (¡minutos que salvan vidas!), y disminuye significativamente los daños a las infraestructuras.

En resumen, la ingeniería forestal tiene un papel esencial en la mitigación de los efectos de las inundaciones a medio y largo plazo. Aunque las inundaciones sean inevitables, la combinación de técnicas forestales, ingeniería civil, planificación urbanística y concienciación ciudadana puede convertimos en una sociedad más resiliente. Así que ha llegado la hora de retomar esta iniciativa. ¿Nos ponemos manos a la obra?

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