Opinión

Darse unos días

Archivo - Bañistas en una playa de Palma en un día soleado.

Archivo - Bañistas en una playa de Palma en un día soleado. / EUROPA PRESS - Archivo

Darse unos días es una fantasía. Implica salirse del paso del tiempo, suspenderlo en algún sentido, y que cuando vuelvas a incorporarte a su transcurrir, las cosas sigan donde las dejaste tal cual estaban, poco menos que esperándote, porque te aman. Menudo lujo. O menudas risas. Quién no querría tomarse un tiempito, balancearse sobre la realidad, para ver qué hace una vez se reincorpore a ella. Qué hace, ¿respecto a qué, concretamente? Hombre, pues a lo que sea, a nada en concreto, pero a la vez a todo.

En «Darse unos días» se mezclan sabiamente la indefinición y la concreción. Pongamos que te tomas tu tiempo para ver qué haces con tu vida, con tu trabajo, con un posible cambio de look, con tu relación, con el seguro del coche, con la sandwichera, que ha perdido adherencia, con aquella novela que dejaste en un cajón, con el sofá viejo, que da pena, con el viaje a Japón, con las cenizas de tu padre, con el abrigo de pelos nuevo, con el miedo al futuro, o con el miedo al pasado, con la colección de cientos de películas en VHS para la que te quedaste sin sitio, con la calvicie en curso, con la subida del alquiler… Tomarse tiempo es lo que queremos y solo pocos consiguen. Recuerdo que, hace ya bastantes años, al poco de sacarme el carnet de conducir me tomé veinticinco minutos para aparcar el coche. No sé si alguien fue nunca tan paciente con esa maniobra. Era de madrugada y por la calle Pérez Constanti, en Santiago, no pasaba nadie, por suerte. Al acabar, me bajé del coche a admirar lo que había hecho. Seguía estando mal aparcado, pero desde la quinta planta del edificio de al lado, una señora se puso a aplaudirme.

Bien pensado, necesitarías darte unos días -puesto a pedir, por qué no unas semanas- para un millón de cosas, pequeñas o grandes, importantes o de poca monta, porque por otra parte ya no está demasiado claro qué representa hoy la importancia, dónde radica, a dónde conduce, quién la fija. A veces incluso se oculta bajo lo que carece de ella. Esto es así, y punto. Otra cosa que también es así, y punto, es que no puedes darte unos días, solo faltaría. Ni siquiera unas horas de nada. El tiempo no se detiene, la vida no te espera, la realidad no contiene la respiración por nadie. Porque quién tiene unos días, me refiero a unos días de sobra, que pueda despilfarrar sin que le salga caro en algún sentido. Casi no tenemos tiempo ni para no tomarnos unos días, cómo vamos a tenerlo para tomarlos.

La realidad te arrastra como a una zapatilla desatada, hasta que tu vida consiste en saltar de unas decisiones a otras, sin respiro entre medias. Mientras, en tu cabeza resuena el mismo grito continuamente: «¡Acción!».

Hacer cosas, y cosas, y más cosas, es el imperativo de nuestro tiempo, de modo que al acabar el día no sabes ni lo que has hecho. Claro que necesitarías darte unos días. Imposible no necesitarlo. Y a la vez, imposible dártelos. Tal vez habría que empezar por concederse unos días para estudiar la posibilidad de concederse unos días de verdad.

Tracking Pixel Contents