Opinión
La adicción a encontrarse

Mark Twain
«A este juego singular, que es tan costoso, tan ruinoso y tan absurdo, se le llama arte de gobernar, el cual difiere del arte de rebuznar en la ortografía». Palabras del autor de Las aventuras de Huckleberry Finn, que según Faulkner era el padre de la literatura estadounidense y parece que quien mejor entendió el país y sus derivas. Dudemos ante los que no dudan de nada, preparemos contrafuertes a su paso, barremos los portales ante la estupidez de aquellas y aquellos que lo tienen todo tan claro y no titubean por nada. Primero disparan y luego preguntan. Las religiones empaparon el planeta con la sangre de los inocentes y lo siguen haciendo en no pocos casos o en su nombre, da igual. Twain nació en el siglo XIX pero ya tenía muy clara la evolución que iría cogiendo el panorama naciente a su alrededor y más allá de las fronteras.
Se habla estos días de las similitudes de la problemática ambiental californiana con la nuestra, pero no del problema de base. No solamente de la invasión urbana de los bosques, eso es el tópico, el problema son esas arboledas que se crean a la fuerza después de arrasar los bosques originales. Esos contornos de árboles sin alma alrededor de ciudades y zonas urbanas sin ningún tipo de gestión coherente, son los proyectos absurdos de aquellos que no dudan nunca. Los bosques aquí y allí están sucios y ya no representan ningún equilibrio posible. Al margen de vientos huracanados y de rápida propagación, es el material que encuentra sobre el terreno el fuego a su paso, si el territorio es una amalgama de despropósitos que aparentan naturaleza pero realmente constituyen un conjunto de barbaridades botánicas una tras otra, la destrucción es cuestión de tiempo. Todo debería mantener su equilibrio y no por estética ni romanticismo, por eficacia, utilidad y seguridad de la población. Pero claro, eso no se garantiza ni a la vida de la misma población en un país donde el lobby armamentístico forma parte de los oligarcas que han entrado en la Casa Blanca. La gran metáfora del fuego arrasando el enclave demócrata sería un final en un guión demasiado previsible para un principiante.
«No hay naciones en calma ahora excepto aquellas desdichadas cuyas fronteras no han sido invadidas por el Evangelio de Paz. La cristiandad entera es un campo militar. A lo largo de toda la última generación, se ha acusado a los pobres cristianos casi hasta la inanición de apoyar a los gigantescos armamentos que han desarrollado los gobiernos cristianos para protegerse cada uno del resto de sus hermanos y, fortuitamente, para arrebatar cualquier porción de bienes raíces dejada al descubierto por su «salvaje» propietario». Mark Twain, de visión amplia y universal, tras estas palabras (murió en 1910) describe al más cristiano de los monarcas genocidas, al Rey Leopoldo, robando un reino entero y asesinando sistemáticamente a 15 millones de personas sin ofrecer nada al indefenso nativo, nada que no fuese la salvación y un hogar en el cielo «por un sacerdote cristiano».
Muchas de sus consideraciones fueron, obviamente, censuradas. El autor de las aventuras de Tom Sawyer había nacido con el paso del cometa Halley y había escrito que volvería a subir al mismo tren a la hora de marchar y así lo hizo. Esas estrellas fugaces de pensamiento que la humanidad puede ir valorando con los siglos y que viste de traje a la reducida nómina de la literatura universal que no lleva compromiso y militancia en su seno, lleva el compromiso con uno mismo y con la humanidad y todo para paliar en lo posible esos momentos peligrosos y oscuros que protagonizan siempre los egocéntricos absolutistas tan encantados de haberse conocido. Esos que no dudan, los mismos que odian el debate y que sin ser políticos a la política han llegado, los mismos que no dudan en robar al vecino o castrar el futuro de sus hijos. Sí, la democrática ninfa Eco feneció, pero tarde o temprano Narciso va a terminar en el agua.
Samuel Langhorne Clemens tuvo el Mississippi como marco de vida personal y literario como ventana al mundo. Preparando una de esas reflexiones añadió: «Mañana tengo intención de dictar un capítulo que hará que mis herederos y cesionarios se quemen vivos si se atreven a publicarlo antes de 2006 d.c., lo cual juzgo que no harán…provocará una conmoción cuando salga. Yo estaré paseando por el aire tomando nota, junto con otros camaradas muertos…».
No se preocupe señor Twain, los oligarcas tecnológicos ya andan sueltos por el espacio sin necesidad del traspaso hasta el momento. La realidad va superando su ficción.
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