Opinión | Tribuna

Una breve historia del siglo XXI

El período comprendido entre 1970 y 2010 fue bautizado por el politólogo Samuel Huntington como la «tercera ola» democratizadora, porque los países democráticos pasaron de treinta y cinco a ciento quince. Fue el auge de las democracias liberales. Y de ello no hace tanto tiempo. Esta evolución liberal fue acompañada de un crecimiento económico fabuloso como consecuencia del creciente comercio entre Europa, Asia, EEUU y, en menor medida, África. Lo llamamos «globalización».

Entre 1970 y 2008, la producción mundial de bienes y servicios se cuadruplicó hasta el punto de que el índice de pobreza bajó del 42 por ciento de 1993 al 17 por ciento de 2011. Actualmente es del 36 por ciento.

A partir de 2008, las políticas de desregulación financiera impulsadas por los EE.UU. invirtieron el rumbo del planeta y dieron lugar a dos crisis de las que no nos hemos recuperado: la primera originada por las hipotecas subprime americanas en 2008, y la segunda por la insolvencia de Grecia que puso a la UE y al euro contra las cuerdas. Las derivadas fueron una enorme recesión, un altísimo desempleo y la consiguiente devaluación de salarios que, especialmente, siguen padeciendo los trabajadores jóvenes españoles. Cuando nos estábamos recuperando, acontecieron la Covid-19 y la Guerra de Ucrania, por lo que podemos concluir que los últimos 26 años han sido nefastos.

En paralelo, varios países autoritarios sacaron pecho ante la decadencia occidental. China comenzó a crecer al trece por ciento y Rusia nos abasteció de gas y petróleo barato del cual nos hicimos, especialmente Alemania, cautivos.

Europa comenzó a descomponerse democráticamente por los antieuropeístas y la guerra híbrida impulsada por Rusia, y antiguas democracias como Polonia y Hungría mutaron en democracias de la manipulación. EE.UU. ,a raíz del 11 de septiembre de 2001, invadió Afganistán e Irak para hacerse con el petróleo y sanear su maltrecha economía. Pero fracasó, porque tras acabar con Al Qaeda nació el Estado Islámico que continúa atacando a Occidente y desestabilizando Oriente Próximo, con la innegable ayuda del disruptivo Israel.

La Guerra de Siria dio lugar a un éxodo masivo de refugiados que recalaron en Europa y acrecentó el sentido antiinmigración, especialmente entre las fuerzas conservadoras. Siguió la implosión del Brexit de 2016 y la posterior victoria de Donald Trump ese mismo año. Ayudó, especialmente, la preocupación económica que afectaba, fundamentalmente, a la clase trabajadora más expuesta a la pérdida de empleo y a la desindustrialización (como en 2024). Líderes populistas como Nigel Farage hicieron bandera de la inmigración, de la que se decía, infundadamente, que arrebataba puestos de trabajo a nativos y erosionaba las identidades culturales inglesas, francesas, holandesas y americanas, principalmente.

Comenzó la eurofobia que alcanza su punto álgido en 2025. Y volvió Donald Trump, el magnate de la política del resentimiento, que focaliza en Europa su frustración de que EEUU no sea grande (otra vez). Augura maneras de un preocupante nacionalismo expansionista, al igual que su amigo Putin, porque añoran un pasado nacional mejor. Son firmes creyentes de las políticas de identidad. El rasgo prevalente de la segunda década del siglo XXI. Asistimos a la implosión de partidos políticos nacionalistas, populistas o religiosos: las tres caras de la política de la identidad. Han desintegrado a los partidos de izquierda que fueron dominantes en el siglo XX.

Oklahoma y Texas han aprobado un plan educativo que incluye el estudio de la Biblia en primaria. Putin ha pedido a las mujeres rusas formar familias de entre siete y diez miembros (o sea, tener entre cinco y ocho hijos que crezcan para, después, morir en las batallas por librar) y multará con 50.000 euros los comentarios anti-natalidad. Israel reivindica los antiguos territorios de Samaria y Judea (la Cisjordania Palestina) y organiza cruceros para que los ultranacionalistas judíos contemplen desde la orilla los bombardeos de Gaza. Excursiones pagadas para contemplar el genocidio en directo.

Involucionamos rápidamente hacia un mundo seglar, profundamente nacionalista y cada vez más alejado de los Derechos Humanos, del respeto a la diversidad religiosa, de raza, y del resto de los grandes valores occidentales. En otras palabras, está colapsando el sistema democrático mundial basado en normas que otrora fueron comúnmente aceptadas.

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