Opinión | En aquel tiempo

De la incertidumbre a la evidencia

El planeta enterito está a las órdenes de Trump, con los matices que se quiera, pero lo está. Y que no es menos evidente que los autoritarismos crecen en todo lugar, en perjuicio de las democracias

El papa Francisco pasa frente al nacimiento del niño Jesús sobre una kufiya, el pasado sábado en el Vaticano.

El papa Francisco pasa frente al nacimiento del niño Jesús sobre una kufiya, el pasado sábado en el Vaticano. / REMO CASILLI / REUTERS

A la espera de que Trump venciera en USA, de que el drama de Gaza desapareciera, de que Putin consiguiera apoderarse de parte de Ucrania, de que Europa fuera capaz de recuperar su presencia mundial, de que se contuvieran los asesinatos de mujeres y niños, de que fuéramos más sensatos en el uso de la riqueza, de que diéramos portazo al rechazo de la migración, de que surgiera alguna voz con autoridad para interrogarnos, de que España recuperara el sentido común y de que nuestro Gobierno abandonara la criminalización de sus adversarios y la oposición fuera capaz de ofrecer alternativas verificables, y tantas cosas más, en esta espera casi demoníaca, nos dimos de bruces con un grado de incertidumbre muy difícil de soportar y que nos sumía en una inseguridad e inquietud abrumadoras. Habíamos llegado a aceptar una especie de «mal necesario», en una espera tensa y dispuesta a lo que fuera, porque a peor parecía imposible llegar. Vivíamos en plena incertidumbre. Y con razón.

Y pasito a pasito, las informaciones diarias nos han ido demostrando que del reino de la incertidumbre hemos derivado al dominio de la evidencia más contundente y agresiva. De tal manera que en el artículo anterior, me atrevía a proclamar la urgencia de la esperanza como virtud absolutamente necesaria para alcanzar una vida individual y colectiva mínimamente serena y constructiva. Y citaba la valentía de Francisco al declarar este Año Santo como una reconquista de la esperanza. Algunos lectores me han comentado con ironía mi ingenuidad, pero otros me han agradecido esta llamada casi agónica a ser capaces de «esperar el advenimiento de la esperanza». Sencillamente por la necesidad que tenemos de ella, a pesar de los pesares. Y uno de ellos, añadía que «si descartamos la esperanza, careceremos del impulso necesario para construir un futuro respetable». Unas líneas que me parecen también necesarias para no entregarnos a cierta desesperación. Que sería la victoria regalada a nuestros adversarios sin conciencia. Pero el hecho es que, como decía antes, hemos derivado en una evidencia sin retoque alguno.

Es evidente que el planeta enterito está a las órdenes de Trump, con los matices que se quiera, pero lo está. Y que no es menos evidente que los autoritarismos crecen en todo lugar, en perjuicio de las democracias. De ahí que la jugada de la señora Melloni pueda marcar un camino tan oscuro como práctico. Y no es menos evidente que una UE tan costosamente conseguida, se entrega a su propia demolición y desprestigio mundial. Apenas hemos caído en la cuenta, pero, con la marcha de Francia, Europa ha dejado en manos de China y Rusia nada menos que el Continente del Futuro, que es África. Y la evidencia aumenta con un grave descenso de la natalidad occidental, que es sustituida por los bebés orientales. Nuestra ONU, por ejemplo, se ha mostrado absolutamente incapaz de paralizar los asesinatos en Gaza y en Ucrania, de la misma forma que el drama de Sudán está ahí, aunque no hablemos del asunto. Hablamos pero no hacemos. Y en España, de la incertidumbre hemos transitado a la evidencia de que unos pocos votos están decidiendo nuestro futuro, mientras el Estado se vacía de solidez hasta contemplar esa barbaridad gubernamental de celebrar los 50 años de la muerte del Dictador Franco con una serie de actos que pretenden ser «explicativos» y que solamente serán «controvertidos» una vez más. Estas evidencias nos abocan a un pesimismo no solamente político, porque también moral y antropológico. ¿Cómo esperar si nuestros líderes se empeñan en todo lo contrario?

En estas estamos, cuando Maduro se planta inamovible ante las democracias, Putin alcanza sus 25 años de poder implacable, la India camina a un régimen casi racista, China se pasea impunemente por el planeta, y para colmo de humillación, Venezuela, Nicaragua y Cuba inquietan a unos USA, con un Trump al frente que reclama nada menos que Groenlandia, Panamá y Canadá, así, como sin mayores problemas. Una vez más, a los europeos estamos al borde del colapso, pero en casa insistimos en que somos la vanguardia democrática occidental y que volvemos a pronunciar un «no pasarán» mientras nuestra juventud se pregunta de qué va toda esta movida. Y así, puede ser que consigamos, todos a una, meter en el mismo saco incertidumbre y evidencia hasta provocar un nuevo estatus mundial, y no precisamente en beneficio de las democracias. Son momentos en que suelen aparecer «salvadores patrios» de medio pelo, muy en la línea sudamericana.

Me gustaría que parásemos este carro de evidencias y de posibles retorno de una incertidumbre todavía más peligrosa, para recuperar una esperanza tan urgente como necesaria. Y más allá de convicciones religiosas, nos atreviéramos a leer La esperanza no defrauda nunca, excelente aportación de Francisco al momento. Vale la pena.

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