Opinión
Extrema derecha, izquierda alternativa

Obama, a Trump: "Si usted tiene éxito todo el país lo tendrá"
¿Estamos volviendo a los supuestos de la Guerra Fría? Nada vuelve nunca del mismo modo si bien las referencias del pasado sirven para anclar análisis del presente, y es un hecho que el mundo se está dividiendo sutilmente entre los BRICS, liderados por China, y el entramado de democracias liberales que, en otro tiempo, había sido liderado por Estados Unidos.
Nada está claro a estas alturas, porque es evidente que estamos en un proceso de mutación, un working on que se está dibujando y que todavía no sabemos hacia dónde nos llevará. En todo caso parecen evidentes tres cosas. La primera, que la era Trump hunde a la era Obama, o dicho de otro modo, EEUU deja el tiempo naíf de la no intervención y vuelve a querer intervenir en los grandes asuntos del mundo, convencido de que el vacío que había dejado lo ha ocupado China. La segunda evidencia es que Europa continúa naufragando, perdida en un universo de ambigüedades, indecisiones e incertidumbre que demuestran su debilidad. Y la tercera, la constatación de que el bloque no democrático, liderado por China, fortalece a todas las dictaduras demenciales que hay el mundo, desde la recuperación de Corea del Norte como presencia mundial, hasta la pervivencia de Irán o la consolidación de Venezuela. El universo BRIC interviene de manera cada vez más potente en todos los asuntos, desde los económicos o energéticos hasta los militares, con un poder en la geopolítica del mundo que tendría que quitar el sueño a las democracias liberales. En todo caso, la guerra fría 2.0 está en pleno proceso y nadie puede saber hacia dónde nos lleva.
En este contexto de confrontación, la radicalización de los extremos ideológicos cae por el propio peso de la gravedad, y la realidad política lo avala de manera irrefutable. Crecen los populismos a derecha y a izquierda, y con ellos, se debilita inexorablemente el gran espacio central político donde las ideas democráticas se encuentran y se refuerzan. Sobre este hecho hay un consenso general en el debate público, y los artículos y la preocupación por el crecimiento de los extremos abundan en el espacio mediático. Aun así, esta preocupación no funciona del mismo modo cuando la mirada se dirige al lado derecho o al lado izquierdo. ¿Por qué motivo, cuando hablamos de los límites en el espacio derechista, lo hacemos como extrema derecha, pero cuando nos referimos al espacio izquierdista, hablamos de izquierda alternativa o insumisa, u otros eufemismos que suavizan las posiciones extremas?
Los ejemplos son múltiples y podrían resumirse en las informaciones sobre la moción de censura que sufrió Macron hace un tiempo. Todas las noticias hablaban de la extrema derecha lepenista -nada que decir- y cuando lo hacían de Mélenchon hablaban de la izquierda a palo seco, como si fuera un partido más del espectro central. Mélenchon es un líder político que ha defendido ideas conspirativas, ha hecho proclamas antisemitas y sus ideas sobre economía, política internacional y Europa están claramente en la neblina neocomunista -término que siempre tienen el cuidado de no usar-, pero aun así nunca reciben este tratamiento. Esta distorsión dialéctica buenista respecto a los extremos de izquierdas es especialmente notoria aquí, donde algunas izquierdas alternativas llegan a su punto de delirio. El ejemplo más casero -y patético- es esta delegación de la CUP y sus satélites que ha viajado a Caracas para bendecir el golpe de Estado del autarca Maduro, de la mochila del cual sobresalen todo tipo de barbaridades represivas. Por cierto, a anotar otro delirio: las juventudes de Esquerra Republicana felicitando también a Maduro... Respecto a la noticia de la delegación, pues, no he leído en ningún caso el término «extrema izquierda», sino «izquierda independentista» y otros sinónimos más amables, a pesar de que todo el universo cupaire es un delirio extremista disparatado y dogmático. Pero cuando se trata de la izquierda, nunca existen los extremos, como si todas las posiciones fueran democráticas, sensatas y centrales. No lo son, al contrario: muchas de ellas son abiertamente antidemocráticas.
La respuesta al porqué es difusa. Tal vez se debe a que estos partidos de extrema izquierda no ganan nunca las elecciones e imponen la narrativa del relato público, amparados por la persistente censura de lo políticamente correcto. El hecho es que los postulados de los partidos de extrema izquierda no son democráticos, pero decirlo es actualmente un anatema.
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