Opinión | Al azar
Las casas arden y se las lleva el agua

Archivo - Piso, pisos, vivienda, viviendas, casa, casas, alquiler, compra, hipoteca, hipotecas, euribor, construcción, grúa, grúas / EUROPA PRESS - Archivo
La presente dictadura se llama imperio inmobiliario, y aplasta a los negacionistas con la misma saña desplegada para aniquilar a quien esbozara una duda sobre la covid. Las casas son el nuevo metal precioso, objeto de una especulación desaforada a la que contribuyen los manifiestos políticos que presumen de combatirla. Sánchez y Feijóo disparan los precios de la vivienda cada vez que hablan. La nueva religión verdadera, que amenaza incluso con desplazar al Islam en la lista de las fes irrefutables, reposa literalmente sobre una verdad científica. Las viviendas son sólidas, indestructibles, sobrevivirán incluso a los buitres que han negociado sus compraventas a costa de inquilinos y demás parásitos.
Siempre que los humanos instituyen una verdad incontrovertible, la maldita naturaleza se empeña en contradecirles. En un par de meses, se ha tambaleado en el entorno próximo la inviolabilidad de las casas de hormigón. El agua arrasó en Valencia a un número de viviendas que se estiman en cuarenta, sesenta y hasta ochenta mil. Todavía bajo el trauma de la riada, el viento y el fuego se asocian para arrasar con las mansiones de Hollywood. Los españoles sin acceso a la vivienda han de solidarizarse con la suerte de magnates como Leonardo DiCaprio o Mel Gibson. Y nadie ha mencionado todavía los terremotos, la venganza más cruel.
Las casas arden y se inundan. Ha culminado la conjura de los cuatro elementos enumerados por Empédocles. Aire, fuego, agua y tierra, con el cuarto moldeado por sus compañeros. El ser más orgulloso de la creación se tambalea ante esta alianza literalmente elemental. Los desastres en curso y venideros deberían propiciar cuando menos un enfriamiento del casino inmobiliario, pero cuesta menos incorporarse a una religión que abandonarla. «Mi casa es mi castillo», se repiten los compradores para tranquilizarse, aunque ahora con el temor a que el cielo se desplome sobre sus cabezas y sus viviendas. El único valor seguro en este universo es la incertidumbre.
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