Opinión

Cierta afición a perderse

Cierta afición a perderse

Cierta afición a perderse

Es muy interesante y motivador aceptar el hecho de deambular por alguna de las inesperadas sendas que nos ofrece la geografía y muchas veces la vida hacia lo desconocido. Ayuda muchas veces a renovarse, aunque haya que ir con cuidado a que al final no te acabe conociendo ni la madre que te ha parido. Claro que es mucho más cómodo, y una extraña variante de libertad, seguir los caminos establecidos o las rutas marcadas, andar por rumbos señalizados que otros esperan que vas a recorrer, como una ley o como un axioma ajeno e impuesto con los años. Ni idea tenemos de qué hubiese pasado de haber seguido los caminos que marcaba nuestra intrasferible naturaleza, quizás nunca lo sabremos… o sí. Físicamente también podemos hacer la prueba y probar de seguir la naturaleza por los caminos que ha ido marcando el agua y su paso, luego las cabras o las personas y finalmente las avenidas de este mundo llenas de coches. Es gratificante caminar e interpretar las formas del terreno o visitar el mar en la bahía durante todo un año y observar y comprobar cómo ni un solo día se presenta, o se mece, de la misma forma. Encontrar un meandro en la memoria con inquietante coincidencia con la añoranza de un futuro o confirmar imágenes que siempre hemos soñado como imposibles y que son hoy paisaje, trama y decorado de un presente implacable, rústico y doméstico, pero en cierto modo ancestral y desconcertantemente anunciado oníricamente.

Observar el movimiento de los astros me fascina, pero absolutamente analfabeto en esa materia, conozco pocas cosas y a veces atiendo ese infinito colador como el manto de una red interminable, algún satélite finalmente rompe la calma estelar. De fondo los cencerros lejanos del ganado se mueven con calma y la brisa nocturna los trae, un corderito de Dios llora a su madre, si llega el alba sin ella un cuervo lo cegará y arrancará la lengua para cortar toda comunicación y esta no recupera nunca a su hijo, todo eso si los asilvestrados perros que han escapado no acaban antes con los pocos beneficios con los que puede contar el pastor. Se buscan pastores. Hay más oferta que demanda y más depredadores que pastos verdes y encima la hierba siempre parece, eternamente, más verde en casa del vecino. El grito del corderito en la noche me trae a mi retorcida mente los rostros de los niños palestinos y de los bebés masacrados en el kibutz. El hielo se derrite en el norte y aquello ya parece el Born. La nueva administración quiere aumentar el número de estrellas en su bandera. Todo muy antiguo, ladrones robando al vecino. Sigo caminando y vertebrando la enmienda. Qué cojones me debe importar todo esto y lo de más allá. Te has mirado al espejo…¿chaval?¿Te has visto el careto? No, el futuro no es lo que era, de acuerdo, pero no me toquéis las pelotas. Puedo seguir cruzando la niebla en dirección al mar pues no me desoriento, puedo oler los problemas antes de tenerlos muy cerca, he jugado muchos años a intentar recuperar las habilidades para orientarme. Cuando bajo del avión siempre ubico el norte antes de empezar a tomar dirección, el taxista que me lleva mira su GPS. Oiga, no quiero dar vueltas, vaya directo. Si deambulo es por el monte o en las playas, por favor no me entretenga: I have not all the time in the world. Y todo para empezar una hora antes la ruta que me encuentra conmigo y me devuelve a una dimensión muy personal. Una buena relación entre un hombre y el medio que lo rodea puede ser esto, empezar una hora antes. Un sentimiento que se va reforzando una y otra vez, mantener una distancia prudente con la mediocridad que se intenta imponer un día tras otro y para eso hay que esforzarse, entrenar duro y convencerse de la cantidad de psicópatas que andan sueltamente integrados, claro, el relato es metafórico. Mi capacidad de adaptación parece no tener límite, pero me extraña y no quita que el camino sea, al final, una gran aventura. Esas vaguadas y ocultos valles cuando estás bien dentro presentan otro aspecto. La belleza de un panorama concreto no depende de la dificultad para cruzarlo, depende más de la cantidad de cosas que habías podido hacer en ese transcurso de tiempo y no hiciste y de lo que concluyas al mirar atrás. Mejor perderse que fallar soberbiamente. Joan Fuster solía repetir: «Mientras dormimos nos crece la barba: esto es el tiempo». Solamente desde el suelo te vas a poder levantar de nuevo. Observa el paisaje y escucha los latidos de tu corazón.

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