Opinión
Una ventana para Afganistán
Basta con levantar la mirada. Es fácil ver esos rostros asomados a la ventana, personas que siguen los pasos del mundo a través de los vidrios. Durante siglos, la política, la religión y la cultura quiso que ese fuera el lugar metafórico de la mujer. Vivir la calle sin pertenecer enteramente a ella. Recluir la voz y el pensamiento, circunscribirlos a la privacidad del hogar.
En Afganistán, los talibanes han prohibido que los edificios de viviendas de nueva construcción tengan ventanas con vistas a casas vecinas en las que residan mujeres. No está muy claro como se aplicará la normativa a los inmuebles ya construidos, parece que bastará tener un vecino hombre para que cualquier mujer vea tapiadas las ventanas de su hogar.
Tres años después del regreso de los talibanes al poder, la crueldad aplicada a las mujeres alcanza niveles inconcebibles. Se les ha vetado el acceso a las aulas de secundaria y a los puestos de trabajo, su rostro no puede ser expuesto públicamente ni oírse su voz. Tienen prohibido viajar sin compañía de un pariente varón cercano, visitar jardines, gimnasios o baños públicos. Su atención médica futura peligra, ya que solo pueden ser atendidas por mujeres, pero ellas ya no pueden estudiar medicina. Las enfermedades mentales y los suicidios de mujeres no dejan de incrementarse. También las violaciones y los matrimonios forzados. Ahora, ni siquiera tendrán derecho a un pedazo de cielo.
Nadia Ghulam es una refugiada afgana que vive en nuestro país desde 2006. Llegó para someterse a varias operaciones. Su cuerpo arrastraba graves problemas de salud desde que una bomba impactó en su hogar cuando era niña. El mismo proyectil que casi la mató, le permitió hacerse pasar por su hermano muerto y así ganar un sustento para alimentar a su familia. Durante ocho años fingió ser un varón, las múltiples cicatrices facilitaron la confusión.
Hoy, tantos años después, Ghulam es escritora y ayuda a mujeres de su país natal. En un vídeo reciente difundido por Amnistía Internacional España, afirma: «A veces, me pregunto por qué la comunidad internacional siempre ha dado armas a los hombres afganos para que vayan a luchar unos contra otros, y no nos dan bolígrafos y libretas a las mujeres en la diáspora para que vayamos a nuestro país y podamos hacer cambios a través de nuestro conocimiento. Ahora, en Europa, hay muchas mujeres afganas muy preparadas y solo falta acompañarlas adecuadamente. Porque nosotras sabemos cómo cambiar nuestro país y llevar la paz a Afganistán».
Libretas y bolígrafos contra armas. Puede que la propuesta resulte ingenua, pero no está exenta de lucidez. Ya sabemos a dónde conducen las armas. Los talibanes pretenden reducir a las mujeres a simples cuerpos al servicio de los hombres: fuerza de trabajo en los hogares, criadoras de hijos y objetos de placer sexual. ¿Y fuera de sus fronteras? ¿Cómo vemos a las afganas? Son víctimas, sí, pero también pueden ser fuerza de cambio. Su voz merece altavoces. Quizá es su mirada la que permitirá abrir ventanas en Afganistán.
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