Opinión | Tribuna

Caretas fuera

A lo largo de la historia, en la vida pública ha venido siendo normal la diferenciación entre dirigentes políticos de los países, por un lado, y, por otro, quienes verdaderamente manejaban los hilos económicos en esos países. Los primeros, esto es, los gobernantes, han de ser muy visibles y accesibles, ya que, precisamente, buscan esa visibilidad, como forma esencial para el ejercicio del poder, ya sea mediante elecciones o por otros métodos menos democráticos (y ello vale para todos los ámbitos, local, nacional o internacional); mientras que los segundos -quienes dirigen los principales sectores económicos- no han estado habitualmente tan expuestos al escrutinio público o al conocimiento ciudadano (como no sea en la prensa del corazón, en ocasiones).

Del mismo modo, las interferencias entre uno y otro círculo de poder no solían ser manifiestas y quedaban ocultas, como entre bambalinas. Es evidente que los grupos de presión e interés siempre han hecho su trabajo, que ha consistido en tratar que las decisiones políticas se inclinen del lado que más les convenga; y ello ha sido así, creo yo, en cualquier época histórica, y con mayor o menor relevancia pública, pero es un hecho incontestable. El mundo de la economía siempre ha estado muy ligado al hecho político, pero sin ponerse en primera línea.

Debido al fenómeno de la globalización y con el nacimiento y expansión de las empresas multinacionales y de economía virtual -cuyo ámbito de actuación se ha ido extendiendo por todo el mundo-, la cosa se ha ido complicando, de tal manera que los dueños de esas empresas -los nuevos magnates tecnológicos- han ido ganando protagonismo y mostrándose a la luz pública cada vez con mayor habitualidad. La existencia de redes sociales y la extensión de las mismas ha contribuido a ello de modo exponencial y acelerado (sobre todo entre la población más joven, claro).

De esa forma, resulta que determinadas personas que se han hecho inmensamente ricas gracias a esa nueva economía han saltado, ahora y de forma creciente, a la palestra pública, tratando de inmiscuirse en la gobernación de los estados. Las muestras son muy recientes, contando con el beneplácito de gran parte de la población, que parece pensar: si a éstos les ha ido tan bien en sus negocios particulares, seguramente su acción vaya a ser positiva para el bien común. Y, de ese modo, se han ido adueñando de la atención mundial una serie de personas -sobre todo una en especial, de nombre Elon- que les van diciendo a los gobernantes lo que deben hacer y qué tipo de decisiones han de tomar (las cuales, generalmente, redundarían en su beneficio económico).

Esa senda que se ha emprendido implica un notable cambio respecto a lo que había venido sucediendo hasta ahora, de tal manera que se ha producido una especie de «caretas fuera», es decir, se han abandonado las bambalinas y esos nuevos magnates pretenden que sus puntos de vista sean aceptados por la sociedad, simplemente por ser quienes son, pero sin pasar por las urnas, ni someterse a control democrático alguno. Con planteamientos muy cercanos a los de extrema derecha, además.

Veremos a donde nos lleva este cambio de paradigma, pero pienso que, más pronto que tarde, solo va a conducir a exacerbar la actual polarización política, contribuyendo a la crispación generalizada, pero sin dar solución a los principales problemas que afrontan las democracias occidentales. Y esto, al menos a corto plazo, no presagia nada bueno.

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