Opinión

La política maniquea

La vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz

La vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz / EFE

Uno de los rasgos que mejor definen la práctica política de algunos dirigentes, precisamente los que han incorporado muchas características del populismo por la contaminación que están ejerciendo este tipo de fuerzas al conjunto del sistema, es su perspectiva maniquea y su visión moralizante de la vida política. Es decir, hacen suya la idea de que en política existe un conflicto constante entre el bien y el mal y tratan de imponer una visión específica acerca de lo que es bueno y deseable para el conjunto de la sociedad y de lo que no lo es. Y por supuesto lo bueno y lo deseable es exclusivamente lo que defienden ellos y lo malo y lo pernicioso es los que defienden los otros, que normalmente son los adversarios políticos.

Hasta cierto punto esto no sorprende, al fin y al cabo las distintas ideologías sobre las que se han construido las sociedades contemporáneas consideran que su manera de entender al hombre, la sociedad, las relaciones económicas o entre individuos o el papel del Estado es la correcta y precisamente cada una de ellas ha definido sus posiciones oponiéndose a otras. Pero esa oposición, inherente a la política, no en vano la política es la gestión del conflicto, no ha impedido que las distintas ideologías, a pesar de su dialéctica constante, hayan podido convivir de manera pacífica en los sistemas democráticos. Lo preocupante es que en la actualidad esa visión respetuosa con el pluralismo propio de los sistemas liberales esté siendo remplazada por una peligrosa manera de entender las cosas que deslegitima y criminaliza las posiciones ajenas.

Las recientes declaraciones de la vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, referidas a su compañero de Gobierno, el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, reacio a la aplicación inmediata de la reducción de la jornada laboral, que es justamente la medida estrella de Díaz, afirmando que negarse a rebajarla es casi de mala persona, constituye un ejemplo de la política maniquea: yo represento el bien, mis políticas son las buenas y los que no piensan como yo, son malas personas. Hasta aquí, nada que no aparezca en el manual del perfecto populista. Pero lo curioso del caso es que esa acusación de ser casi mala persona no la ha vertido Díaz sobre un adversario político sino sobre un compañero en el Gobierno de coalición, en lo que sin duda constituye un paroxismo de la política maniquea.

Los gobiernos de coalición, precisamente porque están formados por más de un partido, son gobiernos en los que se suelen dar a conocer las discrepancias internas. Pero de ahí a que las diferencias políticas sean sustituidas por críticas que bordean el terreno personal y adoptan una perspectiva moralizante va un trecho. De los políticos en democracia debemos esperar y exigir que utilicen argumentos políticos para defender sus posiciones, razón por la cual resultan inaceptables tanto los lloriqueos como el maniqueísmo de Yolanda Díaz, que no hace sino insultar a la inteligencia de los electores.

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