Opinión

Antich, un adiós que alumbra un modelo de gobernanza

Francesc Antich

Francesc Antich

Que gente de todo color político y condición se reúna para dar el último adiós a un president en estos tiempos dominados por la polarización y la aniquilación del adversario significa que algo hizo bien por su comunidad. Con su temprana muerte a los 66 años a consecuencia de un cáncer, Francesc Antich ha obrado una vez más el milagro del consenso, en esta ocasión por el reconocimiento prácticamente unánime a su figura pionera y vigente. El primer presidente de izquierdas de Balears fue un adelantado a su tiempo en el fondo y las formas que no lo tuvo nada fácil. Un político sólido y discreto al que su equipo de comunicación empujaba en los actos sociales para que no quedara arrinconado, charlando con los camareros, alejado del foco mediático. No solo no buscaba el protagonismo, sino que a diferencia de la mayoría de políticos lo cedía gustosamente. Abogado de profesión, no iba de medallas ni palacios, disfrutaba con las glosas y la tranquilidad del campo. Envuelto en el humo de sus inseparables cigarrillos, aunaba humildad personal y ambición política para transformar, escuchaba mucho y hablaba sin dobleces, replicaba con respeto y retranca de pagés, era un negociador inagotable, y por encima de todo, un demócrata con vocación de servidor público.

Fajado en la política municipal como alcalde de Algaida, sorprendió al hacerse con el mando socialista contra todo pronóstico y más todavía al fraguar en 1999 un pacto progresista a cinco bandas con comunistas, nacionalistas, ecologistas y liberales, que acabaría con la hegemonía de la derecha para iniciar un nuevo rumbo imitado después en toda España. Creó los gobiernos multicolor, la paridad y la ecotasa, legisló por la protección del territorio y los avances sociales, reformó el Estaut d’Autonomia, mejoró infraestructuras sanitarias y educativas, trabajó por la cohesión social e inició el camino para la recuperación de la memoria histórica. Sus dos mandatos se vieron lastrados por la corrupción de UM, con la que acabó rompiendo, y la mala reacción de los suyos en Madrid a la gran crisis financiera derivada de los activos tóxicos. Federalista convencido, se ausentó de la votación del 155 para Cataluña en su etapa de senador. Durante el ejercicio del poder padeció los zarpazos de la caverna y a ratos la incomprensión de los propios, demasiado atrevido para algunos, demasiado tímido para otros. Antich deja un amplio legado, pero sobre todo un modelo de gobernanza útil a la comunidad, alejado del odio, el sectarismo y la cortedad de miras, capaz de mantener las formas ante la sinrazón, centrado en el interés general y la concurrencia de la mayoría social posible para alumbrar un futuro mejor, incluso para cuando uno ya no esté.

Antich ha sido el primer president muerto desde la transición y, pionero hasta el final de sus días, su muerte también ha servido para establecer un protocolo institucional en la despedida a los inquilinos del Consolat. El Ejecutivo de Marga Prohens ha demostrado altura de miras al abrir la capilla de la sede del Govern para un homenaje que supera los colores políticos. Un gesto que debería entrar en la normalidad del comportamiento democrático, pero que cabe resaltar en estos tiempos.

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