Opinión | Escrito sin red

La pugna de la historia

Dije hace unas semanas que Sánchez es un necrófago que se alimenta de un muerto, Franco, para dar vigor a una estructura de poder, la suya, declinante. Que vive, ufano, de los muertos, a los que rinde pleitesía en los osarios de Cuelgamuros, mientras huye de los vivos. Se pudo contemplar en Paiporta, en los primeros días tras la aciaga dana que arrasó con personas, vidas, viviendas e infraestructuras en Valencia. Huyó en los disturbios protagonizados por ciudadanos indignados por la negligencia del Estado, desentendiéndose de los Reyes, que afrontaron con coraje, dignidad y cercanía las consecuencias de la incompetencia de la clase política. Por donde va Sánchez, fuera de los caminos trillados de sus deudores, sólo se muestra la animadversión que con tanta dedicación ha sembrado en toda la geografía de España. Tienen que acondicionarse los escenarios institucionales para mantener alejadas a las gentes agraviadas por la ejecutoria de su gobierno. Incluso los días de asueto en Cerler con sus amigos han sido arruinados por las muestras de irritación contra su persona. La presencia de la familia real fuera de la agenda oficial en Catarroja es la imagen que se contrapone con la ausencia del presidente del Gobierno en Valencia en fechas tan señaladas. Ni un solo detalle humano por parte de Sánchez. Sólo las obligadas y estereotipadas frases de rigor en el balance de fin de año. Ya es irremediable el contraste entre una figura y la otra. No por voluntad del Rey, cuya ejecutoria está siendo impecable, sino por la mezquindad humana y política de un hombre que divide y enfrenta a los ciudadanos, acorralado por la corrupción de su entorno, señalado por su inexistente estructura moral.

El deterioro del sistema político parece no tener fin. El principal causante es el sistema de selección de líderes, basado en el artículo 68 de la Constitución y el sistema electoral. La intención de los constituyentes era que todos, también la clase trabajadora, accediera a las responsabilidades políticas, pero lo que ha creado es una casta de profesionales de la política cuya prioridad es mantenerse en el cargo, no una selección de los mejores; y, por supuesto, no previeron en su buenismo que los gobernantes no fueran servidores del Estado, sino que se sirvieran del mismo para su provecho personal. La ofensiva del Gobierno contra el poder judicial transita por derroteros directamente surrealistas. Si antes discurría por el camino de acusar a determinados jueces de instrumentos políticos de la derecha y de la ultraderecha, el célebre lawfare, ahora ya se dirige sin matizaciones contra el propio Tribunal Supremo al que acusan, nada menos que de «bailar al son de la presidenta de Madrid, Isabel Ayuso». Sánchez, en su balance de fin de año, no se recató en llamar al investigado por el máximo tribunal penal, García Ortiz, como «su» fiscal general, lo que refleja la consideración del mismo como un integrante más de su Gobierno. Han levantado su voz indignada los fiscales de la APF por la apropiación gubernamental del Ministerio Fiscal que, según la Constitución, está integrado en el poder judicial, por el silencio de García Ortiz ante esa nueva interferencia del ejecutivo, y, por supuesto, por el del propio Gobierno. Es precisamente su obsesión contra Ayuso, con la filtración de los datos confidenciales del novio de la presidenta anteriores a su relación, la que ha conducido a esa insólita imputación ante el TS. La paradoja de esa obsesión es que ha contribuido a forjar la imagen de la presidenta de Madrid como una lideresa capaz de confrontar con Sánchez sin los remilgos que acompañan la labor de oposición de Feijóo. Ayuso ha reiterado por activa y pasiva su lealtad al presidente del PP, pero nadie descarta, por la conexión emocional de los afiliados del partido con ella, que sea la que encarne el liderazgo partidario del futuro. Sánchez la ha convertido en su propia némesis.

Sánchez dijo el 10 de diciembre que «la historia la escriben los vencedores» haciendo suya una frase de Churchill en 1944. Lo dijo para argumentar lo que llama la celebración de 50 años de libertad en 2025, conmemorando la muerte en 1975 de Francisco Franco. Es falso. Dos días después se proclamó Rey a Juan Carlos. Presidió el Gobierno un franquista, Arias Navarro. Luego, otro franquista, Suárez. Él y los franquistas reformistas impulsaron la ley de la reforma política, aprobada en 1976. La oposición se abstenía. La libertad llegó en 1977 con las primeras elecciones democráticas. Se pactó la Constitución, aprobada en 1978, fruto de una conjura de los herederos de la dictadura y de la oposición para no repetir las divisiones históricas entre españoles. Si hubo adoctrinamiento de la dictadura, sirvió para poco. Los franquistas de los siete magníficos tuvieron poca representación. Se quitaron de las calles los nombres de la dictadura y en 1982 del PSOE ganó las elecciones con 202 diputados y Felipe González fue presidente del Gobierno hasta 1996. Con Zapatero en 2004, tras los atentados del 11M empezó la tarea de demolición del espíritu de la Transición, con la primera de las leyes de memoria, que culminó Sánchez con la suya. La historia es materia de historiadores, no de políticos que lo que intentan es reescribirla. La memoria es de los ciudadanos, no de los políticos, que imponen una memoria oficial, es decir, de parte. Lo que subyace es que los perdedores de la guerra de 1936 la ganan ochenta años después. Así se plasma en la referencia de Sánchez, pero no aplicada a los vencedores de 1936 sino a los vencedores de 2025, Sánchez, claro, el vencedor. Así, para hacer frente a la corrupción que lo acorrala, al vaciamiento del Estado, a sus pactos con delincuentes en el extranjero, a la vulneración de todos sus compromisos, a la colonización del Estado con amigos y leales, al descrédito por sus mentiras, al pacto con los herederos de ETA, se agarra al cuerpo sepulto de Franco como un boxeador en apuros a su contrincante. Para sobrevivir no puede sino exacerbar aún más de esta manera la división entre las dos partes del muro que ha construido entre los ciudadanos. Escenifica una trampa al Rey invitándolo al acto paranormal de exorcizar al espíritu del dictador el 8 de enero. Si el Rey acudiera, bendeciría su trampa saducea. Si no acude, se situaría en la otra parte del muro, la de la derecha, la ultraderecha y los franquistas. Cada paso que da contra el Rey le hunde más y más en el fango y resalta más y más la figura de Felipe VI como el símbolo de la esperanza que nos queda.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents