Opinión | Miel, limón & vinagre
Raphael: auténtico y hecho a mano

Raphael / EP
Los mitos a veces también nos dan sustos. Raphael ya descansa en su domicilio después de recibir el alta hospitalaria y un diagnóstico inquietante: linfoma cerebral. El destino lo ha privado de dar varios conciertos que tenía previstos, pero ha podido reunir al mejor público posible: su familia. Toda, nietos incluidos, se ha reunido con él estos días para arroparlo, darle ánimos, pasar la Navidad e informar, como hizo su hijo pequeño, de que el linfoma se ha visto rápido y ya se está tratando. La tentación del que suscribe es ir al doctor Google e informarse del horrible palabro, linfoma, que asociado a cerebral no es precisamente un sinónimo de felicidad. No lo haremos. La ciencia avanza que es una barbaridad y los linfomas retroceden que es una barbaridad y desde ahí, entonando tal vez el Puede ser mi gran noche, hay que encarar la vida y sus reveses.
Todo empezó grabando una entrevista para La revuelta de Broncano. Se sintió mal, balbuceó y vino a por él una ambulancia. La sanidad a la que ha recurrido lo ha tratado rápido y diagnosticado velozmente. Y ya está en tratamiento. Así debería de ser siempre. Ha cancelado su gira internacional. Que lo iba a llevar a Estados Unidos, República Dominicana, Costa Rica, Puerto Rico y México.
Ojos vivaces
Raphael nos tiene en ascuas cuando lo que quisiéramos es que nos tuviera bailando. Hace veinte años lo trasplantaron de hígado. Fue un segundo nacimiento. Una propina vital. Una nueva oportunidad. Los mitos se van de este mundo cuando les da la gana si es que se van. El cantante andaluz (Linares, 1943) nos mira desde una fotografía que le han tomado en el interior de un coche, con sombrero, saludando caudillalmente, sonriendo y con esos ojillos vivaces, picaruelos e intensos. Sus hijos van alimentando nuestra curiosidad remarcando que el gran Raphael está bien y contento, tranquilo. Ya habrá tiempo para giras y actuaciones. De momento, gracias al hurgamiento morboso de algunos programas televisivos, sabemos que su casa de Boadilla del Monte tiene 2.400 metros cuadrados y que, incluyendo tonos pastel en la decoración y paredes y disponiendo de piano, de cola, está a nombre de su mujer, Natalia Figueroa, marquesa de Santofloro. Lo que sí está a su nombre es la leyenda: sesenta años en los escenarios, más de 70 millones de discos vendidos en no pocos idiomas. Sobre todo, en uno: el de la gesticulación personalísima. Ha pasado por etapas de cantautor, de cantante melódico, de icono gay, de ídolo de jóvenes, de engatusador de señoras de toda la vida. Raphael es un espectáculo en sí mismo del que es difícil sustraerse y su carrera la jalonan éxitos como Yo soy aquel, Como yo te amo o Qué sabe nadie, una especie de himno o proclama que, en parentesco con el A quién le importa de Alaska, todo el mundo ha hecho suyo alguna vez.
"Qué sabe nadie cómo me siento", podría pensar ahora Miguel Rafael Martos Sánchez. ¿Y si resulta que Raphael es infinito? Se preguntaba la revista Esquire. No lo sabemos, sí atisbamos que es historia viva, un amante de la copla españolaza y de la chanson francesa, un hombre que siempre pregunta "Y mañana qué" (así se titulaban unas memorias que le publicó Plaza y Janés en 1989) y que llegó al star system de los sesenta a decir señores aquí estoy yo, soy un artistazo y me cago en mis miedos. Décadas más tarde diría: "no sé qué podría hacer yo sin cantar un viernes por la tarde".
Umbral y la leyenda
Francisco Umbral lo definió como "un artista hecho a mano", lo cual no sabemos si es decir mucho, decir poco o un cebo que, mordido, incita a seguir leyendo sobre sus peripecias, vida, obra y salud. Claro que el legendario columnista también afirmó de él que "es la expresión viva de nuestro kitsch". Fue en octubre de 1998, presentando el citado libro de memorias. En una intervención que apenas duró 20 minutos y en la que, en cierta medida, puso el libro a parir. "Me ha cansado", afirmó. Menudo era Umbral para que nadie le robara protagonismo. Para hablar (bien) del libro de otro. Pero bueno, eso es quizás el éxito, que Umbral, o el Umbral de tu tiempo, se ocupe de ti y pase horas tratando de encontrar el adjetivo que te defina, que te crucifique, que te encasille o que te dibuje. Y que luego te ponga a parir. No importa. Lo que al mortal común le puede suponer un tropezón curricular, a los artistazos les alimenta la leyenda. La suya se agranda.
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