Opinión

En Siria

Constantine-François de Chasseboeuf se preguntaba si mejoraría la especie humana y ante los acontecimientos y sin cuestionar el carácter sanguinario del dictador huido, un repaso a la reflexión que el filósofo francés se hacía en el SXVIII, el mediocre contenido de la actualidad más reciente nos empuja a ello:

«¿Quién podrá poner freno a la codicia del fuerte y del poderoso? ¿Quién podrá ilustrar la ignorancia del débil? ¿Quién instruirá a la multitud sobre sus derechos y obligará a sus jefes a cumplir sus deberes? De aquí se deduce que la generación del hombre esté condenada para siempre a sufrir, que el individuo no deje de oprimir al individuo, una nación de atacar a otra, y que nunca renazcan para estas regiones los días de gloria y prosperidad. ¡Pobre de mi! Vendrán conquistadores, echarán a los opresores, se establecerán en su lugar, pero heredando su poder, heredarán también su rapiña, la tierra cambiará de tiranos sin haber cambiado de tiranía».

Pues no querer conocer más que una sola cultura es un atraso, aunque no haya que desplazar nunca la propia. Nunca. Oriente y Occidente. Sin perder la esencia se puede elogiar el multiculturalismo, esa era la fuerza a tumbar por el Daesh en Palmira. Los edificios habían aportado belleza y grandeza, allí incluso los emperadores cristianos prohibieron la destrucción de los templos paganos. Las tribus iniciales habían compartido sus divinidades pacíficamente. Roma se hizo dueña de Siria a principios de nuestra era. En las inscripciones en piedra decenas son en árabe y centenares en griego. Los arameos de Tadmor (Palmira) seguían hablando en familia, pero escribían en la lengua de Alejandro. Los arameos, nómadas, habían ido invadiendo poco a poco y eran los mismos momentos históricos de los asirios, de Babilonia, fenicios o del fundador de Jerusalén, el Rey David o de la legendaria guerra de Troya de la que parece , cada vez más , se esté preparando una nueva edición.

La antigua Tadmor, tierra caravanera que junto a la ganadería y la agricultura como recurso acabará desplegando la pirateria en tierra que a su vez creará el negocio de la protección. Ese pillaje era recurso normal en los antiguos y el motivo para la floreciente economía de acompañar a los comerciantes y garantizar un buen final. Así nace Palmira en ese desierto pedregoso donde los palmirenos, auténticos expertos camelleros que sabían atravesar los 300/400 km de desierto que había entre cada pozo de agua y el siguiente en un trayecto penoso , evolucionarían hacia una auténtica república comercial. La aduana romana se encontraba entre las interminables columnas, sus pobladores pasarían de caravaneros a comerciantes con la mirada atenta de la guarnición militar que las protegía de saqueadores en un país donde el precioso líquido, el agua, se encontraba a poca profundidad, no escaseaba y era garantía de la expansión del imperio. Las negociaciones y regateos se hacían en arameo y en griego que era la lengua internacional. Un observador chino había dado buenas noticias: «sus habitantes son negociantes honrados…». Empezaba el comercio de la seda. Oriente y Occidente se cruzaban allí.

Hace unos días se ha hundido un carguero ruso aquí delante, en esta parte del mismo mar, confirma un mundo todavía más polarizado donde se van ahogando todos los resquicios de interacción posible entre pueblos y gentes. En esa misma ruta y a la vuelta, después de años, había llegado la noticia de la existencia de la Gran Muralla. Unos 330 gramos de seda cruda procedente de China se vendían por el precio equivalente a mil docenas de huevos o seis mil cortes de pelo o dieciséis meses de salario de un trabajador agrícola contando su alimentación. Las bellas romanas lucirían sus telas de seda que permitían entrever sus formas casi como si estuvieran desnudas marcando la geografía más deseada, auténtica diana en el objetivo de los radicales del califato a la hora de volar monumentos. Por otro lado y de la misma forma llegaban los fardos de incienso para todos los santuarios del imperio, mirra, marfil, perlas y toda clase de telas. En esa ciudad originada por caravaneros y nómadas el griego era el inglés de hoy. Los palmirenos importaban de Persia los productos de la India y de Arabia y los vendían en los territorios romanos. Siria era una de las provincias más ricas del emperador. El Santuario de Bel era el San Marco del desierto y allí se ofrecían en sacrificio las aves en el mismo templo pagano, probablemente origen de la denominación de «misa del gallo». Aquellos que financiaron esos templos eran beneficiarios de la ruta de la seda y su comercio, pero también del intercambio cultural e ideológico que allí se producía consolidándose durante siglos. Hölderlin había soñado con esas ruinas y sus columnas, una utopía hecha realidad. Napoleón no había andado muy lejos de ahí.

El carguero hundido en «atentado» iba en «misión secreta» según algunos medios.

El 18 de agosto de 2015 el Estado Islámico torturó y decapitó al arqueólogo palmireno, auténtico centinela de los tiempos, Jaled al-Assad y saqueó y destruyó los monumentos que eran testimonio de concordia y de muchas cosas más entre civilizaciones diferentes, a parte de patrimonio mundial de la humanidad. La actualidad se va comprimiendo, no lo duden. Se ha querido eliminar todo vestigio en ese punto cuyo vértice puede anunciar un mismo latir para todos los seres de este mundo. Daesh destruyó Palmira, pero Occidente a penas ha interpretado el mensaje, comparable solamente con Pompeya o las ruinas inmensas de Éfeso. Cuando todo vaya desapareciendo nos quedará la literatura, la poesía de las gentes, el arte y el humanismo en general que nos garantiza que el pasado existió y nos permite mirar atrás o hacia donde quieran que miren que cuando sea a una fuente de agua siempre brotará en la boca del mismo felino, en la cabeza del león que nos recuerda que el Nilo se desborda cada año en ese signo y nos indica a todos de donde venimos , un origen, por cierto, bastante común.

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