Opinión
Israel, el amo de Oriente Próximo
Desde el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023, Israel ha llevado a cabo tres invasiones de países o territorios vecinos de las que ha salido victorioso. La primera fue en la Franja de Gaza, que ha sido destruida hasta niveles inimaginables, matando a decenas de miles de personas, lo que ha provocado que el Tribunal Penal Internacional dictara órdenes de detención contra el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, y el exministro de Defensa Yoav Galant por crímenes de guerra y de lesa humanidad. La segunda fue en el Líbano, donde el Ejército israelí mató a unas mil personas y propinó un duro golpe a la milicia chií Hizbulá: eliminó a sus líderes y diezmó su infraestructura militar. La tercera fue en Siria, uno de los enemigos históricos de Tel Aviv. Aprovechando la caída del régimen de Bashar al Asad, el Ejército israelí bombardeó instalaciones militares sirias, ocupó una parte de su territorio y anunció que doblaría la presencia de colonos (civiles) en el territorio ocupado del Golán.
La guerra, porque en realidad se trata de la misma contienda en tres frentes diferentes, tiene como denominador común a Irán, el ideólogo, financiador, suministrador de armas y líder del denominado eje de la resistencia contra Israel, que agrupa a Hamás y Hizbulá y que, en términos regionales, también suma a las milicias chiís en Irak y a los hutís en Yemen, con la intención de erigirse en una potencia regional en contraposición tanto a Israel como a Arabia Saudí. Teherán es el gran derrotado desde los atentados del 7 de octubre, por mucho que la factura en términos de muertos y destrucción la estén pagando palestinos y libaneses.
Donde hay un perdedor, se encuentra un ganador. Este es Israel, sin duda. Israel, no tan solo Binyamín Netanyahu, por mucho que el primer ministro tenga sus motivaciones personales y su propio debe y haber. A menudo se olvida que Israel es un proyecto en construcción desde su creación, y que los grandes saltos adelante en términos territoriales y geoestratégicos los ha dado a base de guerras (1948, 1967, 1973, la intifada de principios de siglo y ahora). Por encima de las ideologías, existe el proyecto sionista ("una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra"), que ahora pilota la derecha ultranacionalista, los radicales que lucharon por hacer descarrilar el proceso de Oslo, algunos de ellos con el recurso de la violencia.
La guerra de los tres frentes le ha dado a Israel varias lecciones valiosas, sobre todo dos: que su superioridad militar en la región es indiscutible y que puede ejercer una violencia militar extrema sin poner en riesgo el apoyo incondicional de sus aliados. En estos términos, nada impide a Tel Aviv proseguir con su acción militar tanto en los territorios ocupados palestinos como en Siria para afianzar su posición, debilitar a sus enemigos y avanzar en su proyecto. La campaña en Siria es consecuencia de ello: ¿quién se opone a que el Estado hebreo haga en territorio sirio lo que considere oportuno, como ya hace en Gaza, Cisjordania y el Líbano?
Esta preponderancia indiscutible de Israel abre nuevos escenarios. A nivel regional, a las puertas de una nueva Administración Trump, el tablero es muy diferente al de los años de Biden y la anterior etapa del republicano en la Casa Blanca. Tel Aviv ya no necesita tanto los Acuerdos de Abraham porque su capacidad de disuasión está más fuerte que nunca. Irán, por su parte, está debilitado y el eje de la resistencia, de rodillas, y eso puede ser una tentación muy grande. Israel es el gran jefe del vecindario, ahora falta saber hasta dónde quiere llegar. En lontananza solo aparece una duda: Turquía, un enemigo muy diferente de los países árabes.
La respuesta a la pregunta depende de consideraciones internas. La masacre de Hamás, la movilización del Ejército, las muertes de israelís en el norte y los frentes abiertos han cohesionado a la sociedad israelí, como suele suceder cuando se siente amenazada existencialmente. A Netanyahu le sirve para su agenda personal. El sionismo más extremista cree que tiene una oportunidad histórica al alcance de su mano. Pero la pregunta que tanto preocupa y ocupa al sionismo más lúcido está más vigente que nunca: ¿es este Israel acusado de genocidio, ocupante y opresor, el Estado democrático que dice querer ser? ¿En qué se está convirtiendo, si no lo es ya, Israel?
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