Opinión | Tribuna
Bon Nadal

FOTOS | Concierto de las cuatro Sibil·les del Mediterráneo en la Seu de Mallorca / Enrique Calvo
Si me preguntan cuál de las fiestas navideñas me gusta más respondería sin duda que la Nochebuena, ya que me retrotrae a lo mejor de mi infancia y a la suerte de poder celebrarla con mis seres queridos, especialmente mi padre, mi madre y mis tres hermanos (dos hermanos y una hermana, para ser precisos). Y si a continuación me preguntan cuál es el motivo respondería que ésta, la Nochebuena, comporta el que tal vez sea el más bello y humano de los relatos jamás contados, recreado con profusión en múltiples manifestaciones populares y patrimoniales, de las cuales tal vez el Belén sea la más tradicional y significativa. A ello se añadían entonces los villancicos, las zambombas, el turrón (hasta esa fecha no se consumía, como es sabido), los dulces celosamente guardados en el rebost, las neules, la sibil·la, la Misa del Gallo...
La Nochebuena era algo así como la gran Fiesta de la Luz, la promesa de un nuevo tiempo aún por venir, un período en que las calamidades y el sufrimiento no tenían razón de ser, aunque fuera en forma de ilusión algo vana y transitoria: eso que hemos dado en llamar Esperanza y que al fin y al cabo es lo que nos mantiene vivos, extendiendo aquí y allá lazos que, al menos en Navidad, van más allá de los convencionalismos para adentrarse en lo más profundo y sincero de nuestra condición humana. Habrá quién discrepe; de hecho hay gente a la que no le gusta nada la Navidad y que huye de esa vorágine de falsa felicidad a la que en los últimos años nos ha abocado un consumismo feroz y despiadado. Pero no estoy hablando de eso, sino más bien de sentimientos; de esa luz que durante estas fechas gana terreno a lo huraño y previsible, a esa carcoma que poco a poco va horadando nuestra existencia y que amenaza con confinarnos definitivamente en el limbo del tedio y la rutina.
De todas las Nochebuenas que he vivido recuerdo una de manera especial: fue justo hace tres años, cuando me diagnosticaron una leucemia de la que afortunadamente me he recuperado muy bien. Creo que esa Nochebuena fue la más triste de todas las que he vivido; no tanto por la preocupación inherente a la enfermedad, sino por el hecho de que la pasé solo y aislado, en una habitación de Son Llàtzer que afortunadamente tenía un gran ventanal a través del cual podía ver la luna y las estrellas que poblaban el firmamento en la que para mí, insisto, era la más bonita y entrañable de las noches. Recuerdo también que allá a lo lejos, enmedio de la oscuridad, en lo que parecía un cruce de carreteras, un adorno luminoso proyectaba su luz de manera intermitente: esa fue la única referencia navideña de qué dispuse esa noche, y tal vez por eso la recuerdo de una manera tan precisa en mi memoria.
La Navidad, en fin, es todo eso y muchas cosas más. Es también comprensión, como la que sentí el otro día en el mercado del pueblo hacia Maria de Cas Carter, que me dijo que me leía en el periódico a pesar de su avanzada edad y a que le costaba entender el mallorquín, pues en la época en que le tocó vivir no lo pudo estudiar... Pues este artículo es un poco para ti, Maria, como también para nuestro buen placer José L. Guirado, en Pep Olives, que ha decidido cerrar su puesto de «aceitunas y salazones» en este pequeño pero entrañable mercado después de más de 30 años de fidelidad a la parroquia. Y es también, como no, para Maria Rosario Díaz, la primera víctima de la violencia machista en nuestra Comunidad Autónoma en este año que estamos a punto de cerrar, y cuyo recuerdo fue invocado a través de un doloroso y punzante minuto de silencio la otra noche en la plaça d’Espanya de Palma.
Como pueden ver y en este último caso hay también Nochemalas, que son un tiempo de espanto y rabia a la vez, de impotencia a la hora de detener ese machismo atávico y asesino que no cesa. Les invito en todo caso a que celebren su particular Nochebuena; seguro que, a poco que lo intenten, encontrarán un motivo para ello. Mientras tanto les deseo unas Felices Fiestas y un próspero Año Nuevo, en la confianza que no les suene a palabras huecas y que hallen en la hermosa y resplandeciente estela de Belén un motivo para seguir viviendo.
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