Opinión | Tribuna

Tocan ajustes estructurales para superar la frustración política

La política nacional, con el estruendo de las manifestaciones del tal Aldaya que suena a turbio, como aquellas de Roldán exculpándose a toda costa, pone plazo a la inevitable moción de censura y a que el presidente tenga ya que prever qué alternativa puede presentar el partido socialista para el futuro. Y soy de los que piensa que le queda mucha vida política por delante.

A escala internacional, la nueva era de la extrema derecha liderada por la estela de Trump, pone bajo las cuerdas a los partidos de la derechas tradicionales de los países de Europa occidental que, habiendo sido fundamentales en la creación del estado del bienestar, están cediendo espacio ideológico por falta de respuestas eficientes ante los grandes retos sociales que nos deja la globalización.

Las derechas civilizadas, por diferenciarlas de las extremas, han contribuido con los socialismos a la formación de sistema política europeo. A la democracia liberal, el estado derecho y de equilibrio y justicia social. Ahora, sin embargo, se muestran incapaces de aportar soluciones a las demandas de una sociedad estresada por el continuo deterioro de la economía social; y en especial, por esa escalada el precio de la vivienda presionado por el sacrosanto concepto de propiedad privada por encima del uso social de la riqueza que fue, a principios del siglo XIX, el principio que inspiró el liberalismo económico de Adams Smith y compañía.

La imposibilidad para jóvenes y, aún de mayores, de tener proyecto de vida frustra a una sociedad que no ve respuestas políticas en las plataformas programáticas de los partidos y se ve impelida a refugiarse en la radicalidad del borrón y cuenta nueva y, el ¡ya se verá!

De la derecha se espera una vuelta al sentido de estado, de sociedad. Al compromiso por construir nuevas modelos que resuelvan las cuestiones que preocupan a la gente desde el acuerdo y desde el pragmatismo. La sociedad, el mundo han cambiado, por todas las razones que ya sabemos, y hace falta encarar el futuro desde el realismo y el sentido histórico.

Hoy, el sistema economía neoliberal se ha impuesto y la derecha, y los poderes de la economía, no sintonizan con la justicia social. Ni les importa. Antes no era así. El primer sistema de protección social lo implantó el general Von Bismarck, en 1881. Artífice de la unificación alemana y canciller, defensor de los intereses de la pequeña nobleza prusiana, conservador, supo ver las ventajas del estado benefactor para la estabilidad social de la nueva Alemania recién constituida.

En el contexto nacional e internacional, la radicalidad ideológica va más allá de la controversia de ideas y la visceralidad y el asesinato por razones políticas o económicas (véase los atentados contra Trump o el reciente asesinato de Brian Thompson, un alto ejecutivo de una aseguradora de salud) muestran la frustración de una sociedad que siente que no es escuchada y no puede influir en la política por los viejos y anquilosados mecanismos de participación electoral establecidos.

Si la ciudadanía no tiene posibilidad efectiva de que su voluntad pueda cambiar el rumbo de la sociedad, entonces la impotencia propicia y genera actitudes extremas: sea alentar a partidos políticos que pretenden dinamitar el sistema político y social, la imagen de Milei con la motosierra; o ceder a liderazgos populistas que responsabilizan al estado de todos los males y pretender privatizar todo.

En siglos anteriores, los grandes temas se resolvían de manera violenta mediante revoluciones cruentas o guerras, enmascaradas de gestas patrióticas, religiosas o de civilización. Ahora que hemos alcanzado, en esta parte del mundo por lo menos, que la violencia no puede ser metodología de resolución de conflictos es necesario volverá la racionalidad y darse cuenta que el quid de la política que tenemos depende de leyes que regulan a los responsables de tomar decisiones públicas: los partidos políticos, y la rigidez de los liderazgos, y las leyes electorales. Es momento de reformas y ajustes en la estructura del sistema político.

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