Opinión
Réquiem por Calanova once años después

El exconseller de Turismo, Carlos Delgado, entra en la Audiencia de Palma. / B. Ramon
La privatización de Calanova, que desde el 25 de noviembre juzga la Audiencia de Palma por el presunto amaño de su concurso, acabó una por una con todas las señas de identidad que convirtieron el bello puerto deportivo de Sant Agustí y su escuela nacional de vela en el referente de la náutica social y deportiva desde 1976.
Los amarristas que se movilizaron en 2012 y 2013, en los meses previos de aquella oscura subasta maquillada de concurso con garantías, fueron groseramente desalojados por carta. Las voces ciudadanas de protesta, acalladas. Y las propuestas alternativas que se presentaron al Govern, con estudio de viabilidad, apoyo social e incluso con el concurso de la Federación Balear de Vela, debidamente enterradas.
Calanova era un club náutico con un modelo muy definido y mucho arraigo en Palma que la gestión pública había llevado poco a poco a la decadencia, con 212 amarres y una superficie de tierra de 20.050 metros cuadrados. Tras la adjudicación se convirtió en una marina privada de sexta fila, solo en una más, por supuesto a años luz de referentes como Puerto Portals o el Club de Mar.

Vista del puerto deportivo de Calanova, en Sant Agustí. / B. Ramon
Aquel proceso de privatización que ahora se juzga y que ha sentado en el banquillo a su principal impulsor, el entonces conseller de Turismo Carlos Delgado, acusado de prevaricación y tráfico de influencias junto a cinco personas más, diseñó un concurso que valoró por encima de cualquier otra consideración la oferta económica, seguido de la reforma de la bocana y la inversión prevista en infraestructuras. En el extremo contrario, el aspecto menos valorado correspondía a los planes de promoción del deporte náutico y la dinamización de la escuela de vela, pasando directamente por encima de toda la historia y prestigio del club.
Delgado había prometido a los amarristas que se mantendría el uso social en las bases del concurso. Y lo incumplió, según denunciaron los propios usuarios , así como que esas mismas bases se publicaron sin pasar antes por el consejo de administración de la empresa pública Ports IB. Tal era la premura por cantarle una misa de réquiem a todo lo que había significado Calanova, su legado y su masa social. No obstante, la justicia decidirá si al exconseller que pilotó aquella operación le quedan todavía cuentas pendientes que saldar de aquel episodio que no se han borrado ni once años después.
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