Opinión | Tribuna
Kamala Harris hoy

Kamala Harris hoy / EFE/SHAWN THEW/POOL
Hoy es 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, y también justo hoy, hace ya 20 días de la derrota de Kamala Harris en las elecciones presidenciales de los EEUU. Antes de establecer cualquier correlación entre ambos eventos, es prioritario recordar que la violencia contra las mujeres y niñas sigue siendo una de las violaciones más generalizadas de los derechos humanos en el mundo, siendo el feminicidio el acto más cruel y de mayor gravedad que se pueda infringir. Hablar de esta lacra en este día señalado no sólo implica el recuerdo hacia las víctimas, entre otros compromisos, sino que también nos obliga a abordar sin contemplaciones lo que la ONU ya viene señalando. Y es que esta violencia contra mujeres y niñas, cito textual, continúa silenciándose «por un sistema que facilita la impunidad de los agresores, la estigmatización y la vergüenza de las víctimas».
Hoy, pues, es un día para reflexionar y, por qué no, también para observar y aproximarnos a las barreras más sutiles, a la vez que dañinas, que siguen socavando el desarrollo y la participación plena de las mujeres en la sociedad. La violencia es un fenómeno que se ramifica y manifiesta de múltiples maneras, incluidas aquellas que afectan a las mujeres en su vida pública.
Volviendo a Kamala Harris, la paradoja es que, siendo ahora una de las mujeres con mayor visibilidad y poder en el mundo, ha enfrentado a lo largo de su vida y carrera profesional comentarios y críticas que no corresponden a sus decisiones políticas. Son cuestionamientos a menudo dirigidos a su género, su identidad racial o incluso a sus atributos personales: algo que los hombres de su mismo estatus pocas veces llegan a experimentar en sus propias carnes. Estas críticas, que apuntan siempre a deslegitimarla en el ámbito público, son un claro ejemplo de las múltiples maneras en las que se ejerce la a veces invisible violencia simbólica contra la mujer. Su reciente derrota en la lucha por el poder y liderazgo estadounidenses quizás podría estar diciéndonos que las mujeres en política aún soportan algunos desafíos de mayor calado que el mismo resultado electoral como tal.
Analistas de la política de los EEUU ya han ido diseccionando estos días el porqué del triunfo aplastante de Trump en ambas cámaras, o visto desde otro ángulo, quizás se trate de la derrota de la demócrata Harris. Seguramente hayan convergido múltiples factores que han dado lugar a todos los argumentos razonablemente posibles, y de ahí el resultado. También es cierto que en la carrera presidencial en EEUU no siempre se juega limpio, conocemos de sobra los trapos sucios y escándalos que han ido saliendo anteriormente con otros hombres que también fueron candidatos. Pero me pregunto: ¿cuánto ha pesado en esa victoria, ese persistente y desproporcionado escrutinio a la demócrata realizado desde esa desacreditación a la mujer, esta vez llamada Kamala?
El 25N es entonces también un llamamiento a identificar otras formas de violencia menos reconocibles, y por ello, con la reciente página escrita en la historia de los Estados Unidos, cabría al menos preguntarse si la derrota de Kamala Harris es sólo un hecho político o quizás un reflejo de cómo esta lacra opera desde su forma más simbólica y que como lluvia fina sigue permeando incluso en los niveles más altos de nuestra estructura social.
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