Opinión

Las celebridades hundieron a Kamala

La única mujer que ha tenido de telonera a Beyoncé fue candidata por decisión de George Clooney, y ambos solo aportaron dos votos al desastre electoral de los Demócratas

Harris acepta la derrota pero no renuncia a la lucha para que la luz vuelva a EE.UU.

Harris acepta la derrota pero no renuncia a la lucha para que la luz vuelva a EE.UU.

No han pasado veinte días desde la victoria de Donald Trump, ha transcurrido este lapso sin que nadie haya sabido explicar cómo se produjo el regreso fulgurante del primer delincuente que llega a la Casa Blanca. La insobornable Maureen Dowd efectuó una aproximación valiosa en su artículo «Los Demócratas y el caso de las políticas identitarias equivocadas», publicado en el New York Times. También acertó Fareed Zakaria en el primero de los tres puntos que sugería en su programa de la CNN, «no se supo valorar la hostilidad a la inmigración desatada». Por si a alguien le interesa, la desafección al flujo migratorio está vigente en España, con el Gobierno avisado al respecto por el CIS y engañado por los mismos portavoces del ecumenismo ya rechazados en Estados Unidos.

Dado que los análisis sobre el triunfo de Trump pecan de insatisfactorios, los comentaristas se centran en los errores de la perdedora. Y va ganando espacio la certeza de que las celebridades hundieron a Kamala Harris. Si un cinéfilo honrado tiene dudas sobre una película, y la producción en cuestión viene recomendada por un futbolista, la opción razonable consiste en dejar de verla. Los electores estadounidenses han decidido que los artistas sirven para cantar y los deportistas para golpear una pelota, quién podría reprochárselo.

Por si a Kamala Harris le sirve de consuelo, ha sido la única mujer que ha tenido de telonera a Beyoncé. La candidata Demócrata fue nombrada por George Clooney, en contra del veredicto negativo de los sondeos efectuados sobre el conjunto de la población. La cantante y el actor aportaron por lo visto un total de dos votos a la debacle, pero solo en el examen más favorable de que no espantaran a ciudadanos que hubieran votado a la vicepresidenta sin el blindaje de las celebridades. Existe un precedente de la inhibición por elitismo, Hillary Clinton en 2016. A propósito, las últimas elecciones no demuestran que Estados Unidos sea refractario a votar a una mujer, solo verifican que las dos mujeres seleccionadas hasta la fecha eran inapropiadas. Por ejemplo, para las votantes blancas que se inclinaron mayoritariamente por Trump.

La ineficacia de los respaldos VIPs deja malparada a una prensa siempre sumisa ante los famosos. Y si los setenta millones de votantes de Trump saben que los pronunciamientos políticos de un actor o atleta carecen de valor alguno, no serán tan troglodíticos como se presume. La evidencia de que Taylor Swift no engaña a un solo votante, y de que económicamente pertenece al club de Trump/Musk, obliga a dudar de la influencia sobrevalorada de una granja de fake news de San Petersburgo. El miedo a la desinformación es privativo de los presidentes del Gobierno con esposa imprudentes, y de los fact checkers a quienes nadie chequea su boyante negocio inquisitorial.

El batacazo de Kamala Harris y su coro de celebridades no alterará los patrocinios millonarios. Se mantendrá la falacia de que un presentador de telediario es capaz de vender un yogur, que encima no consume. Tras el fracaso Demócrata, no corresponde admirarse de que Rafael Nadal cobre millones de euros por blanquear a la dictadura saudí. Lo sorprendente es que los petromagnates abonen cantidades estratosféricas a un pelotero a cambio de nada, porque ni siquiera logrará embellecer la imagen del descuartizador de Riad.

Hasta la fama debe dosificarse, ante audiencias muy exigidas y que se saturan fácilmente. Cuando la inflación de celebridades pro Demócratas incluye a Jennifer Lopez, obligada a cancelar su gira por no vender entradas, cuesta adivinar quién promociona a quién. El programa especial de Oprah Winfrey en honor de Kamala Harris, no solo escenificó la carencia de humanidad de la vicepresidenta, sino que demostró que la candidata debía ser la presentadora. Por no hablar de las intervenciones de Julia Roberts o Meryl Streep en el aquelarre citado, una parodia de Medea o Antígona.

Conviene explicar en este punto por qué la escritora superventas Michelle Obama, infinitamente más dotada que la vicepresidenta, no puede ser candidata a la Casa Blanca. Porque odia a Estados Unidos, simple y claro. Por ejemplo, al proclamar que «por primera vez en mi vida, estoy orgullosa de mi país». Solo se siente a gusto excepcionalmente. Barack Obama supo enfundar esa ira en terciopelo, y también desmiente con Bill Gates la generalización de que todas las celebridades son despreciables. El expresidente y el magnate son excelentes prescriptores de libros, una labor más modesta que la proclamación de una presidenta sin atributos.

El mensaje a los famosos, de parte de los quince millones de votantes Demócratas que se quedaron en casa el día de las elecciones, es sencillo pero radical: Juega, canta y deja de hablar. Tus ideas me importan menos todavía que tu proceso creativo. Te hemos hecho millonario, no querrás que encima aguantemos tus discursos.

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