Opinión | Pensamientos

La mujer de la coca

La imagen es de una autenticidad radical. Su cara está pixelada, pero por su actitud vemos que las graves imputaciones no le pesan, ni le han derrumbado

Ilustración: La mujer de la coca

Ilustración: La mujer de la coca / B. Ramon

Los buenos fotógrafos de prensa, como mi compañero Tolo Ramon, saben captar, en una milésima, todo un mundo, toda una historia, una vida completa. Tal es el caso de la mujer de la coca, una instantánea que fue publicada hace unos días por este diario.

La imagen es de una autenticidad radical. Una mujer joven sale, camino de la cárcel, del juzgado de guardia de Vía Alemania. Sobre ella pesa la acusación de traficar con un alijo de cinco kilos de cocaína, palabras mayores.

Su cara está pixelada, pero por su actitud vemos que las graves imputaciones no le pesan, ni le han derrumbado. Camina a buen paso. En las manos engrilletadas porta el auto de ingreso en prisión, pero por la manera de llevarlo adivinamos que no es la primera ocasión.

No quiero pensar qué haría yo con las manos inmovilizadas. ¿Dónde metería el maldito papel que me ha robado la libertad?, ¿cómo podría andar sin tropezarme?, ¿qué pasaría por mi cabeza?

La mujer de la coca tiene todo eso superado. Sale de los juzgados custodiada por dos policías. Uno la sujeta levemente por el hombro con su mano derecha; parece indicarle, con cortesía, el camino hacia el furgón. El otro agente está distraído, mira para la rampa por la que bajó Iñaki Urdangarin. Allí arriba, en la calle, seguro que están la familia y los amigos de la detenida, jaleándola y diciéndole hasta pronto.

Pasemos a la indumentaria. La sospechosa lleva un vestido veraniego azul y una especie de zuecos. Lo más llamativo es una bata roja con lunares blancos que viste sobre los hombros. La información dice que fue detenida a bordo de un coche cuando, presuntamente, intentaba llevar el alijo desde Corea a Son Banya, dos barrios de Palma especializados en la venta ilegal de drogas. No es lógico que portara entonces el albornoz, que hace juego con su moño de color rojizo. Se lo han hecho llegar para que esté más cómoda en prisión y no pase frío por las noches en los calabozos. Todo un detalle. Su calzado también parece todoterreno. Quizás se lo han facilitado también después de la operación.

El primer día la protagonista era una persona anónima. Sorprendía entonces que hubiese sido la encargada de transportar tan valioso cargamento, una tarea que no suele estar reservada a las mujeres.

Al día siguiente nos enteramos de la razón. La presunta narcotraficante es la nuera de La Paca, histórica matriarca de la droga en Son Banya. Pilar M.M., de 37 años, está casada con El Ico, hijo de La Paca. Las andanzas de esta familia han dado mucho trabajo a juzgados, tribunales y medios de comunicación durante décadas.

Sorprende que sigan en la brecha. Son clanes muy numerosos que, a pesar de tener la guerra perdida, de ser objeto de redadas y macrooperaciones policiales cada pocos años, continúan activos. Si uno cae, pronto le releva un pariente.

No conocen otro medio de vida. Asumen que deben pagar un precio por sus conductas, peaje que para la mayoría sería insufrible. Siguen comprando y vendiendo mercancía hasta que los pillan. Ingresan en prisión preventiva. Pasan unos meses en el centro penitenciario hasta que sus abogados (muy bien pagados e insistentes) logran la libertad bajo fianza. Ahora no lo sé, pero hace años depositaban el aval en efectivo. Traían el dinero en bolsas. Eran billetes sucios, arrugados, mohosos, fruto claro del ilegal comercio.

Pasan los años y llegan los juicios. Con un poco de suerte el fiscal se allana a pactos de conformidad que rebajan las penas. Vuelta a ingresar en prisión: hasta la próxima temporada.

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