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Trump II se coronó en un McDonald’s
Los estadounidenses no escuchan a Taylor Swift y quieren trabajar para Elon Musk, no se han tomado en serio la «alegría» ficticia que vendían Kamala Harrisy sus benévolos

Donald Trump. / LAP
Tal vez Kamala Harris se inventó la baladronada de que había trabajado en un McDonald’s, igual que ese Jack Lemmon al que escogió de número dos fabuló que había servido en combate y que había asistido a los disturbios de Tiananmen, antes de confesar que «soy un cabeza hueca». No apareció el establecimiento de comida rápida en cuestión, ni compañeros de trabajo de la vicepresidenta de Estados Unidos, y mucho menos un cliente a quien hubiera endosado una flamante hamburguesa.
¿Qué hubiera hecho Feijóo con este material inconsistente? Enarcar las cejas o enviar a uno de sus Corín Tellado a que pidieran la dimisión de todos los socialistas nacidos después de Felipe González. En cambio, la ferocidad histriónica de Donald Trump le impulsó a colocarse un delantal sobre la armadura del traje y una gorra de trabajador de McDonald’s , para freír patatas con naturalidad en el aceite hirviendo y servir hamburguesas a la clientela esbozando su sonrisa de tiburón. Un septuagenario más germófobo que Michael Jackson se empapa de la grasienta multitud.
Funcionó, vaya si funcionó, la treta fue celebrada transversalmente por Republicanos y Demócratas. Era una burla antes que una humillación del magnate, pero tan bien escenificada que canceló la imagen valleinclanesca de «los inmigrantes haitianos que comen perros y gatos». No es exagerado afirmar que Trump II se coronó en un McDonald’s. Por lo menos, es tan coherente como inventarse que la economía ha decantado la Casa Blanca, cuando el factor decisivo se llama inmigración irracional.
Hace falta valor para votar a Trump II, pero queda claro que los estadounidenses no escuchan a Taylor Swift y quieren trabajar para Elon Musk, el dinero sigue siendo la gran fascinación del país de John Dos Passos. El trumpismo al cuadrado demuestra que los votantes no se han tomado en serio la «alegría» ficticia expendida por Kamala Harris y sus benévolos, que hasta el último momento se ondulaban al ritmo del Freedom de Beyoncé, otro cadáver político junto a Bruce Springsteen y Jennifer Lopez. Si queda alguien a la izquierda, deberá reconocer el efecto pernicioso de la papilla indigesta de «nosotros os diremos de qué tenéis que preocuparos», esa tentación didáctica tan arraigada en el PSOE y en Sumar. Por lo menos, antes de Errejón.
El votante prefiere equivocarse por su cuenta. Se mofa abiertamente de los vencedores de crecepelo o encuestadores, tan inmunes al ridículo que desde el miércoles informan con detalle de quién ha votado a quién, cuando el día anterior erraban el quién iba a votar a quién. Han convertido la ignorancia en una ciencia. Sin olvidar un sentido homenaje a los autores de los doctos artículos «Por qué ha ganado Trump», después de una búsqueda infructuosa de su aportación previa «Por qué ganará Trump».
Si quieren consolarse, en enero empezará el cuatrienio en que Trump II será un pato cojo, sin más futuro que elegir un sucesor a su imagen y semejanza. Para quienes necesiten una esperanza más radical, hay un veinte por ciento de probabilidades de que el recién elegido a los 78 años no llegue vivo a los 82 en que debe desalojar la Casa Blanca. Claro que en tal caso sería elevado a la presidencia J.D. Vance, y el magnate es un aprendiz de fascista por comparación con un vicepresidente más afilado y articulado que una navaja.
Si la izquierda no tuviera los ojos nublados por el llanto, advertiría que el Trump proabortista y que aspiraba a presentarse por el partido Demócrata frena de hecho a los reaccionarios que simula encabezar. También puede servirles de consuelo la tardía despedida de la atormentada Harris. La torpeza expresiva de «el desenlace no es el que queríamos» disipa las dudas, sobre la catástrofe de improvisar una candidatura inadecuada. Era difícil empeorar la opción de Joe Biden, pero los centristas estadounidenses lo han logrado. Una conclusión sin más valor que una autopsia.
Cuando Harris proclamó equívoca en su adiós que «no renunciéis cuando os digan que algo es imposible», estaba elogiando la campaña de Trump II, el paria que recuperó el trono frente a la prepotencia Demócrata. A mitad de la carrera, el superdotado Barack Obama vaticinó la desafección palpable entre los hombres negros, que estaban cambiando de bando. El flamante senador Republicano por Ohio se llama Bernardo Moreno y nació en Bogotá. Los periodistas se han hartado de entrevistar a latinos instalados en Florida, que estaban dispuestos a levantar el muro contra la inmigración latinoamericana con sus propias manos.
En su reencarnación multicolor, Trump ha pulverizado el consenso de los medios de comunicación de masas, a quienes se refiere como «el enemigo». En todos los actos de campaña, los micrófonos utilizados por los enviados especiales eran de un negro riguroso, sin ninguna identificación de la cadena televisiva. La información enlutada es el mejor símbolo de los tiempos que vuelan.
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