Opinión | Al azar

Tomar Paiporta y el Capitolio

Escoltas de Pedro Sánchez tratan de defenderlo del lazamiento de barro y cascotes por parte de un grupo de gente en Paiporta (Valencia) este domingo.

Escoltas de Pedro Sánchez tratan de defenderlo del lazamiento de barro y cascotes por parte de un grupo de gente en Paiporta (Valencia) este domingo. / Carlos Luján EUROPA PRESS

En una semana ajetreada se ha asistido a la segunda toma del Capitolio y a la primera de Paiporta. Reyes, presidentes, vicepresidentas y centuriones provincianos son desalojados casi rutinariamente de la autoconfianza que desplegaban al pasear por sus dominios. Kamala o Sánchez concretan la pretensión de que el poder fluye como si tal cosa, obediente a las leyes de la gravedad. Ahora han sido relegados a garrotazos o a votos, que duelen más, por un colectivo heterogéneo. Incluso el campeón Trump no sabe si le siguen o si le persiguen. Su homólogo Felipe VI se abraza a la masa en un clinch boxístico que disimule el cambio de poder en un empate.

Los asaltos al Capitolio y a Paiporta continúan siendo inverosímiles en el manual de la convivencia contemporánea, y no quedan emparejados únicamente por su simultaneidad. Trump solo reconquista la Casa Blanca y los parlamentos anejos tras sufrir dos atentados con arma de fuego, Sánchez es el primer presidente español que se mantiene en el Gobierno después de haber sufrido una agresión física personalizada, seguramente más suave de lo que pretendía el criminal, a juzgar por los golpes de escobón que recibió el vehículo oficial.

Esta semana queda clausurada la etapa de mayor inviolabilidad de los gobernantes occidentales. Solo tenían que personarse en un enclave para que se abrieran las aguas a su paso. Ahora desencadenan tempestades, con lo que Trump o Sánchez se reconvierten en avezados surfistas acuciados permanentemente por la Gran Ola. La aceptación de los rituales democráticos había convertido a los ganadores provisionales en figuras más poderosas que los emperadores romanos, asesinados sistemáticamente por sus pretorianos. A Errejón le gustaría concluir que el pueblo ha tomado las riendas, en un paréntesis de su intensa vida privada. Tampoco es así, los estupores compartidos por Biden, Kamala, Felipe, Letizia, Sánchez o incluso Mazón demuestran que han atisbado entre el griterío la realidad que se extiende al otro lado del mundo ahora extinguido. Y que allí no hay nada.

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