Opinión | La suerte de besar
¡Chiques, nos vamos de cursillo!
Intento no hacer afirmaciones taxativas o ser extremadamente contundente en mis opiniones. No es que no las tenga, que alguna sí tengo, pero la coherencia es un bien preciado y escaso. Me avergüenza que me pillen en un renuncio. De jovencita proclamé que jamás de los jamases haría tres cosas y acabé haciendo las tres. Nada grave, aunque sí lo suficientemente importante como para aprender que no soy quién para dar lecciones. Tampoco caigo en la equidistancia o el relativismo exacerbado. Creo que hay que mojarse y ponerse del lado de las buenas causas. Hay conductas que son más reprobables que otras, pero, salvo excepciones flagrantes, trato de guardarme las vehemencias para mi intimidad. No vaya a ser que la vida me lleve a la contradicción.
Cualquier pederasta me parece un ser repugnante. Si el pederasta es un cura, mi repugnancia aumenta. No sólo por su enfermiza tendencia sexual y por el daño y humillación que inflige, sino que, también, porque de él se espera que practique la bondad. O eso dicen por ahí. Un señor que es capaz de subirse a un púlpito a predicar sobre qué es el bien y el mal o sobre los valores del cristianismo y que luego se salta esos principios en beneficio de su libido asquerosa me parece doble o triplemente reprobable.
Hace meses supimos que un policía local había sido detenido en Palma por, presuntamente, alquilar infraviviendas y trasteros a personas migrantes sin papeles. Al parecer, el ‘prenda’ se embolsaba entre 300 y 700 euros por cada uno de los setenta y tres habitáculos insalubres de no más de quince metros cuadrados. Manipulaba el consumo de electricidad para que sus víctimas pagaran más y la mayoría de estos zulos carecían de iluminación o ventilación. Si los hechos son probados, confirmaremos la historia llevada a cabo por una malísima persona, amoral y usurera y, lo que es peor, por alguien a quien, por su oficio, se le presume que, en vez de acosar y abusar de personas vulnerables, debe protegerlas.
Íñigo Errejón, su formación política actual y la que fuera su ex llevan años aleccionándonos sobre qué es y no es feminismo. Sobre cómo y quiénes son las mujeres de verdad y las que sólo lo intentan. Han descrito y normativizado lo que son las relaciones correctas, las que son consentidas y qué tipo de conductas debemos considerar que son un abuso. Han visibilizado a ciertas mujeres y han juzgado a muchas otras por no comulgar con sus ideas y opiniones. Nos han hecho adorar y tomar conciencia de nuestros pezones, liberarnos del sujetador y nos han sacado a la calle a chillar nuestros derechos. Nos han enseñado a hablar usando el género femenino a toda costa y saltándonos las reglas gramaticales y nos han dado clases sobre el heteropatriarcado. Y después de esto, nos enteramos de que todo ha sido una gran mentira y que Errejón ejemplifica lo que tanto ha criticado. Es, presunta y simplemente, uno más. Uno de tantos babosos, abusones, sobones y narcisistas. El ridículo y la decepción son bochornosos.
Serenidad, humildad, no juzgar tanto y callar. Sobre todo, callar. Porque, si su respuesta ante esta crisis, es matricular a todo quisqui a un curso de feminismo es que siguen sin entender nada de nada.
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