Empatía y ecpatía

Una conversación intrascendente, en un aeropuerto, mientras soportábamos una larga espera a causa de un retraso en la salida del vuelo, algo que ocurre con frecuencia, unas personas conocidas comentaban la antipatía de un funcionario con la que habían sido tratados al pedirle alguna aclaración sobre la causa de la demora. Al parecer, según contaban, el empleado se limitaba a decirles que la salida del avión está «delayed». La utilización de este adjetivo por parte del funcionario, les hacía suponer que se expresaba de esa manera con la intención de epatar o aparentar que hablaba inglés, que el vocablo más adecuado para definir la situación del vuelo era ese (sic), o que aquel individuo se hacía el interesante, o dar a entender que el problema era más internacional; contestar en castellano parecería más local…. ¿Quién sabe? Aunque no encajase su actitud en alguna de esas suposiciones, no le dio la gana de decir que la salida del vuelo se demoraba y tampoco la razón del dichoso «delayed». Ante tal falta de empatía y su pretensión de anglofilia, se fijaron en su uniforme y observaron que llevaba un letrerito en la camisa que ponía «García», bien, pues el tal García además de antipático y de presumir de anglófilo, ponía en evidencia que desconocía la causa por la que se producía el retraso y además su falta de educación, también muy probable. Yo me permití intervenir en aquella trivial conversación y opiné que el susodicho seguramente no conocía la palabra castellana «demora», sin embargo, mis contertulios ocasionales, pensaban que eso era improbable. Yo les dije que dada la débil formación que reciben en el sistema de enseñanza, era tan posible esto como que el aludido fuese además un individuo «ecpático». Dicho esto, por mi parte, ya tuvimos un rato, largo, de entretenimiento sobre la que es la «ecpatía», pues la demora, mejor el «delayed» se alargaba.

Entonces entramos en disquisiciones sobre la empatía y la ecpatía -tema que ha desarrollado recientemente un profesor de psiquiatría, González de Rivera y Revuelta, en la Universidad Autónoma de Madrid- y que podría definirse como una actitud mental, voluntaria o no, de exclusión de emoción o motivación hacia lo que piensan o sienten otros, todo lo contrario de la empatía. Aunque ecpatía, en términos gramaticales, no sea palabra aún reconocida en castellano, podría ser el antónimo de empatía. Empatía de la que seguramente carece el dependiente; es una actitud o capacidad de comprender, ser sensible al estado de ánimo, preocupaciones, satisfacciones, pensamientos y experiencias del interlocutor, es un sentimiento de identificación con alguien, es comprender sus emociones y sus preocupaciones, es más, se trata de entender a la otra persona desde su punto de vista en vez del propio e incluso llegar a apreciar disimuladamente lo que siente el otro. Para ello se precisa conocer lo piensa y siente y llegar a amparar cierta afectividad para valorar su estado emocional. La empatía permite la creación de relaciones personales positivas y hasta concordancias íntimas. La empatía es subjetivamente buena para las personas, ayuda al bienestar propio y ajeno, alivia, reduce tensiones emocionales y motiva. Debería de enseñarse en cualquier disciplina como una habilidad básica en las relaciones humanas. Uno de los que estaban con nosotros dijo algo, en mi opinión acertado, que existían empáticos en la calle y «ecpáticos en casa», en las relaciones personales de confianza, esas que duran desde hace años, con personas cuya reciprocidad se tiene por segura, seguridad que creen haber logrado por el simple, o no tan simple, transcurso del tiempo. El vuelo despegó a la una de la madrugada y yo sugerí a mis interlocutores que tuviéramos un reconocimiento hacia el pretencioso, políglota y despectivo oficinista, pues gracias a él y a su inadmisible y poco profesional actitud se nos hizo menos insoportable la espera.

Suscríbete para seguir leyendo