Opinión | La suerte de besar

Guía para la vida amable

Guía para la vida amable

Guía para la vida amable / Ingimage

Cincuenta y un años dan para haber vivido en las propias carnes gestos y actitudes que repercuten directamente en el bienestar personal. La siguiente lista se basa en un análisis empírico y, pese a no estar todos los que son, sí son todos los que están. Estoy convencida de que entregaré este artículo y pensaré: «Vaya, me he dejado éste. ¿Cómo ha podido pasar? ¡Es el más importante!», pero, como en esta vida hay que asumir riesgos, ahí va una primera aproximación a algunos comportamientos que, cuando se llevan a cabo, hacen que mi existencia sea más dulce.

Mantener una buena higiene. Es difícil pasar un rato agradable con alguien que huele mal, que no se lava los dientes o que tiene el pelo sucio. Oler mal genera rechazo y el rechazo es antitético a la amabilidad.

Agradecer. Estar junto a alguien que agradece las cosas y no las da por supuestas es muy, pero que muy gratificante. Desde que te hagan el café con leche por las mañanas a que te pasen una llamada telefónica en el trabajo o que te retiren un plato en una cafetería. Que te den las gracias alegra.

También alegra recibir un saludo. Decir «hola», «buenos días», «adiós» es bueno y, encima, es gratis.

Guardar las formas alrededor de una mesa. Respetar al resto de comensales. No hablar con la boca llena, no acaparar los mejores trozos ni ser un gorrón. Servir a los demás antes de servirse a uno mismo, esperar a que todos estén sentados para empezar a comer. Somos como nos comportamos al compartir mesa.

No hablar siempre de enfermedades. Ni de dinero. Ni de lo mal que se está en el trabajo y lo chungos que son los compañeros. Se puede hablar de todo, pero se agradece que sea a pequeñas dosis. A nadie le gusta estar siempre escuchando problemas.

Es mejor referirnos a lo bueno que tienen nuestros amigos que pasarnos todo el tiempo despotricando contra lo malo que tienen nuestros enemigos. Quien tiene la suerte de pasar parte de su tiempo con alguien que jamás juzga o critica a los demás, sabe de lo que hablo.

Interesarse de verdad por la otra persona. Un «¿cómo estás?» sincero mueve montañas.

Saber escuchar. No interrumpir ni dar la opinión constantemente. Desterrar los «Yo haría», «yo diría» o «si yo fuera tú». No se trata de ti, se trata de la otra persona.

Regalar flores. Regalar un libro. Que alguien haya pensado que tal o cual historia podría gustarnos es el exponente máximo de la dulzura y la afabilidad. Algo parecido sucede con las flores. Los primeros alegran el espíritu. Las segundas, además, nuestro entorno.

Ser generoso. Con lo material, sí. Y con las emociones, también. Alguien que tiene actitud de compartir genera buen ambiente. Todos tenemos a un tacaño en nuestra vida. Esa persona que siempre se va al baño a la hora de pagar y que es incapaz de sacar la cartera. El que nunca tiene una buena palabra ni se da a sí mismo. No apetece hacer planes con ellos.

El sentido del humor. Tener capacidad para reírse de uno mismo y no tomarse la vida demasiado en serio. Quedémonos con quien, al menos, nos saca una sonrisa. Que ya es mucho.

¿Qué me habré olvidado?

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