Opinión | Desde el siglo XX
Republicano y juancarlista a pesar de todo
Los «pecados de la carne» cometidos por Juan Carlos de Borbón solo le competen a él y, en todo caso, a su mujer, Sofía de Grecia, revestida de patriarcales normas de conducta para la realeza que entraron en desuso acelerado al concluir en 1918 la Primera Guerra Mundial

Ilustración: Republicano y juancarlista a pesar de todo / Leonard Beard
Uno arruina su biografía o la enloda como le viene en gana. Lo ha hecho Juan Carlos de Borbón, y no por haber entablado relaciones sexuales con decenas de mujeres, asunto privativo de él y de Sofía de Grecia, que ha primado su condición de reina consorte aceptando ser despreciada tanto en público como en privado por su marido. Allá ella y su ridículo supuesto sentido del deber. No merece consideración quien antepone estatus a su dignidad como ser humano. Soy republicano, pero, al tiempo, no he dejado de considerarme juancarlista. Y me explico: Juan Carlos de Borbón llegó a la jefatura del Estado manchado con el pecado original de haber sido impuesto por el peor dictador que han parido las Españas, asesino amoral, que fue el general Franco. Supo legitimarse. Siempre estuvo provisto de autoridad moral, de la que vive ausente su hijo, el actual jefe del Estado, el rey Felipe VI. Lo sucedido en México no se lo hace López Obrador a Juan Carlos. Lo clava Matías Vallés cuando recuerda que nada menos que Hugo Chávez se desplazó a Mallorca a presentarle sus respetos a Juan Carlos en Marivent después de que éste le espetara el inolvidable «¿por qué no te callas?», devaluado ahora por la populista Díaz Ayuso. Tengo la seguridad de que el despropósito catalán no habría escalado hasta dónde lo hizo si hubiera seguido reinando Juan Carlos: raudo viajaría a Barcelona embridando la situación, ante el petrificado Rajoy, con los independentistas. Se tiene o no se posee autoridad moral. La tuvo Juan Carlos no la atesora Felipe, que con el malhadado discurso de 2017 creó la consistente mayoría ciudadana republicana catalana y vasca hoy constatable. Juan Carlos ha enmerdado su sobresaliente biografía (otro que enloda la suya de estadista es Felipe González, el más querido presidente por Juan Carlos) pasándose por el forro toda norma financiera provista de ética. Lo suyo es La cueva Alí Babá y los 40 ladrones, sobrando 39. Obtiene lo que se ha buscado, pero ello no obsta para que le reconozca, insistamos, la inmensa autoridad moral que se ganó en sus mejores años. Su imbatible cercanía. Recuerdo una audiencia en Marivent, en la que, tras despachar con el entonces presidente del Gobierno Adolfo Suárez, se acercó a saludar a los periodistas. Me dio la mano, y, palmeándome la espalda, me espetó: «Con que tú eres J. J.» aludiendo a un asunto privado que conocía y no viene a cuento. En la inauguración del Gran Hotel, Andrés Ferret le presentó a mi padre, Andrés Jaume Rovira, Juan Carlos, sabiendo quién era, le dijo: «A un viejo republicano como tú hay que darle un fuerte abrazo». Mi padre murió siendo republicano, siempre se declaró convencido juancarlista. Me sucede lo mismo, no puedo dejar de sentir simpatía y aprecio por un hombre que supo y quiso ser mascarón de proa de lo mejor de la España de la década de los 80. En Latinoamérica su ascendente fue colosal, solo se le acercaba sin igualarlo el que adquirió Felipe González. Juan Carlos ha estado revestido de la aureola de autoridad que se le supone a quien se encarama a la jefatura del Estado. Lo demostró en el golpe del 23-F, y seguimos sin saber cabalmente qué papel jugó, tanto él como otros, incluido Felipe González. Aquel día el único nítido fue Adolfo Suárez, antiguo falangista.
Hoy Juan Carlos de Borbón es lo que es, un anciano de 86 años obligado a vivir lejos de España, patético, que, en el colmo de su deriva, se ha rodeado de una suerte de corte nutrida por lo más rancio y madrileño de la carcunda hispana. Cuidado, Juan Carlos jamás se habría aposentado a la derecha de Javier Milei. Lo hizo el inane Felipe VI. Sus querencias son tan notorias que a duras penas las oculta su mujer, Letizia, la que de verdad sostiene la Corona.
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