Opinión | El desliz

Perdona, que no te he visto

Perdona que no te he visto

Perdona que no te he visto / Elisa Martínez

Lo que ahora cuento también ha pasado en Mercadona, aunque sin piñas de por medio. Mi hijo llama al ascensor para bajar con la compra al aparcamiento subterráneo. Cuando las puertas se abren casi le pasa por encima el carro vacío de un tipo que lo maneja a toda castaña con los codos, la vista fija en el móvil que sujeta con las manos. Al escuchar mi alarido lanza un desmayado «perdona, que no le he visto» y sigue a lo suyo, mirando vídeos cortos. El crío tiene el «síndrome del niño transparente», le voy salvando a gritos de multitud de atropellos. ¡Holaaaaaa! ¡Oyeeeeee! ¡Cuidaooooooo! En la calle una mujer con cascos, gafas de sol y el teléfono delante de la cara lo enredó con un metro y medio de la correa extensible con la que paseaba a su perro y encima le metió una bronca. En el aeropuerto, un turista que llevaba el móvil encima de una pila de maletas duras casi le empotra contra la pared. Estoy por comprar un timbre de bicicletas y colgárselo del cuello para que pueda señalar su presencia. O una luz estroboscópica. O mejor, la bocina de Harpo Marx. No podemos ir de la mano porque nos embiste gente que camina con los ojos en una pantalla, no siempre en linea recta, y nos vemos obligados a soltarnos para sortearlos, ojo avizor permanente. Nuestro top diez de topetazos lo encabeza una joven que se nos vino encima mientras andaba grabándose un vídeo y casi atraviesa al niño con su palo de selfi.

Los peatones distraídos y avasalladores que circulan a ciegas se han convertido en la nueva amenaza en la vía pública, más te vale no encontrarte con ellos en un paso de cebra corto de tiempo. Si les avisas del inminente encontronazo te sueltan «perdona, que no te he visto» con ese punto de displicente agresividad que indica que eres una interferencia puntual en su concentración digital. El famoso estado de alerta que permitió a los humanos sortear las amenazas y sobrevivir como especie ya solo existe para los más débiles, condenados a apartarse continuamente. La atención es cosa de pringados. Para cuándo una aplicación que vaya notificando de la presencia de los viandantes a todos los móviles de los alrededores, sería la mejor manera de evitar colisiones con los conectados de forma permanente.

No te ven porque no te quieren ver y porque no te miran, y parece que es tu problema hacerte notar. Hace unas semanas, un yate de turistas que navegaba de noche a todo trapo golpeó la barca de unos mallorquines que pescaban calamares y segó la vida de un joven de 20 años. La explicación, que no la vieron, no se dieron cuenta. Un argumento para más inri. En el parque temático, los indígenas habitamos en un gigantesco ángulo ciego para los acostumbrados a circular por la alfombra roja según sus propias reglas, que consisten básicamente en que ellos están de fiesta y van primero, con coches más potentes y barcos más grandes, así que te puedes quitar de su camino. Ya veremos si presentar el nivel de conciencia de una ameba será un atenuante en este caso. Podría ser un agravante que ni te molestes en mirar delante mientras manejas un vehículo como quien esgrime un arma de fuego, el pez grande se come al chico. De momento, una familia está de luto mientras los distraídos atropelladores siguen con su opulenta existencia. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents