Opinión

Ryanair, cogorzas a 37.000 pies

El personal de cabina no tenía reparos en venderles botella tras botella mientras se comportaban en el Boeing 737 como si hubieran llegado ya al DC-10

Que paren la Wikipedia, el diccionario de la RAE y la próxima edición de la Espasa, que hay que hacer cambios. No puede ser que junto a la definición de «hipócrita» no aparezca la fotografía del CEO de Ryanair, Michael O’Leary. Es la última jeta que hay que añadir a la interminable orla de farisaicos ilustres relacionados con esta isla.

Dice el señor O’Leary que los aviones a Ibiza (entre otros destinos) se le llenan de borrachuzos y borrachuzas que empiezan la fiesta etílica antes siquiera de pasar por el control de seguridad del aeropuerto. Y, claro, con las meninges empapaditas de alcohol, se la lían parda durante el vuelo. La mayoría de las veces no pasa nada porque el universo no quiere, pero cada vez son más habituales los desvíos a cualquier aeropuerto cercano a la ruta para descargar a pasajeros que reventarían el alcoholímetro y a los que, además, la cogorza les da por emular a Hulk el día que le ha sentado mal el café. Así que para evitarse problemas propone que se limite el alcohol que los pasajeros pueden adquirir en los bares y la duty free de la terminal.

El señor O’Leary tiene una jeta superlativa. Pide que se limite la venta de alcohol antes de subir al avión, pero no se plantea empezar por sí mismo. Él quiere seguir vendiendo vino, vodka, whisky y ginebra a 37.000 pies de altura. Vuelo habitualmente entre Manchester y Ibiza. He visto a mis compañeros de avión ponerse como The Grecas en el pub de la terminal, llegar a la puerta de embarque gintónic en mano, no atinar colocando el equipaje y pidiendo un pelotazo tras otro durante el vuelo. He pasado miedo con gritos, cánticos, conatos de peleas y descontrol absoluto durante las dos horas y media que dura el trayecto. Y, oigan, el personal de cabina no tenía reparos en venderles botella tras botella mientras se comportaban en el Boeing 737 como si hubieran llegado ya al DC-10.

A pesar de las quejas de los pasajeros sobrios. Ése es el motivo por el que míster O’Leary quiere que no les vendan alcohol en tierra: para que lleguen al avión medio sobrios y seguir facturando Smirnoff, Jack Daniels y Bombay sin que le generen muchos problemas. Vaya, que su único interés es que en ruta no pasen de la exaltación de la amistad y los cantos regionales. Que el dinerito lo dejen de ganar otros mientras él sigue forrándose con sus cogorzas de altura.

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